Texto de Carlos Cristófalo
Fotos de Rafael Delceggio
Nota publicada originalmente en la Revista Miura
“Voy a lavar el casco y vuelvo”. Estamos en Gorchs, provincia de Buenos Aires. Sólo llevamos unas horas de viaje, pero Rafa ya quiso parar. Cuando hizo señas para detenerse, en la legendaria estación de servicio del ACA –esa con placita de juegos de caño viejo-, pensé que sólo quería rendirle honores a su cábala de la infancia: descansar un rato a la sombra y clavarse uno de esos gloriosos sánguches de crudo y pan casero.
Pero no. Sólo quería sacarse los bichos de encima.
Estamos viajando en caravana, rumbo a Tandil. La excusa: probar y fotear el nuevo Mini Countryman Cooper S y la Moto Guzzi V7 Stornello. El motivo real: escaparnos por algunos días de la bendita ciudad de Buenos Aires, sólo porque tenemos que hacer una nota para MiuraMag.
Rafa Delceggio, director de Arte de la revista, decidió viajar en la Guzzi. Yo elegí el Countryman. Pensaba andar ligero, pero Rafa me encajó todo su equipaje. De paso, se colaron Renato Tarditti (Benemérito Señor Director Le Pertenezco) y Vito (mi hijo). No sobra mucho lugar, pero al menos en el Mini no hay bichos.
En estos días de calor, las rutas de la llanura pampeana parecen un documental sobre plagas. El Mini atraviesa las nubes de insectos con su carrocería. Rafa encara con el casco. Por eso, cada media hora, tiene que parar a lavar su precioso Ruby, en una estación de servicio.
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Este Countryman es la segunda generación de la SUV chica de Mini. Es la segunda si contamos desde la Era BMW, pero es la tercera si recordamos al “Hombre de Campo” original, de 1960. Era un Mini estirado y con unos horribles listones de madera, atornillados a la carrocería. Yo sé que hoy un Countryman bien conservado (y barnizado) cotiza como clásico, pero seamos honestos: esas maderitas parecían los zócalos del ‘flat’ de una grannie inglesa.
El Countryman moderno no tiene maderitas de Jenga, pero compite en otra liga. Hasta parece un chiste llamarlo Mini. Mide 4,31 metros de largo. Son más de 30 centímetros extra que el Countryman 2010/2016 y todo un metro más que el Countryman zocalero. Por supuesto, también es más ancho, alto y tiene mayor distancia entre ejes.
Tiene faros y proporciones de Mini, pero parece enojado. Esa parrilla frontal quiso ser agresiva o deportiva, pero terminó ofuscada. Es como el primo pendenciero (y algo rechoncho) del Mini. Es grande, algo morrudo y de ceño fruncido: un Countryman que se comió a otro Mini (y se quedó con hambre).
Por suerte, esa rechonchez se disfruta por dentro. Está homologado para cinco pasajeros, así que cuatro adultos viajan holgados. Es un salto importante con respecto al Countryman anterior, que ofrecía la quinta plaza sólo como un opcional, que había que pagar aparte.
El diseño interior es una nueva vuelta de tuerca a lo que viene mostrando Mini desde hace tiempo: muchas perillas y botones de estilo retro, un equipo multimedia redondo en la consola central (del tamaño de una grande de muzzarella) y una ambientación con luces de leds, que permiten seleccionar hasta doce colores diferentes.
En los materiales y las terminaciones hay buen gusto y originalidad. No se siente como un Mini. Se siente como un gran Countryman.
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Y eso se transmite en la ruta. El Countryman perdió algo de esa sensación de karting de los primeros Mini firmados por BMW. Eran durísimos de suspensión, pero divertidísimos de manejar: dirección bien directa, excelentes frenos, un conjunto ligero y motores de temperamento explosivo (ojo, esto no es bullying para el THP).
Esas sensaciones al volante se lograban, básicamente, con la fórmula original de Alec Issigonis: una pequeña distancia entre ejes y las ruedas ubicadas en cada rincón del auto.
El nuevo Countryman perdió algo de esa personalidad, pero ganó mucho en practicidad y confort de marcha. Es más cómodo que nunca y sigue siendo bastante picante: este Countryman Cooper S tiene un motor 2.0 turbo con 192 caballos y 280 Nm de torque. En la Argentina, se combina sólo con caja automática de ocho velocidades. Acelera de 0 a 100 km/h en 7,2 segundos y alcanza los 222 km/h.
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Es rápido y potente, pero eso no siempre alcanza para seguirle el ritmo a la Guzzi de Rafa. Cuando aparecen los camiones de la Ruta 3 o –peor aún- los embotellamientos- Delceggio se pierde en el horizonte y manda mensajitos varios kilómetros más adelante, desde adentro del baño de una estación de servicio: otra vez se está sacando los bichos de encima.
Antes de que existieran los controles satelitales y las “cajas negras”, un veterano dueño de flota de camiones me contó que usaba a los insectos de la ruta para saber a qué velocidad manejaban sus choferes. La técnica se llamaba El Algoritmo del Reviente. Según esta ciencia, cuando un insecto se encuentra con un auto a baja velocidad, tiene los reflejos suficientes para esquivarlo y salvar su vida. Pero, cuando el vehículo viaja a más de 80 o 90 km/h, está condenado: se clava en la parrilla o se desparrama en el parabrisas.
Manuel Bonanata, mi amigo flotillero, decía que cuando los camiones volvían a la base, lo primero que hacía era revisarlos para buscar bichos aplastados. Según su algoritmo, incluso era posible detectar excesos de velocidad flagrantes, midiendo la extensión de las tripas desparramadas sobre el parabrisas. Un asco. Pero era la prueba que necesitaba para incriminar a su chofer. Y regañarlo como a un niño.
Obvio: los choferes no tardaron en descubrir el truco. Entonces, antes de volver a la base, paraban en una estación y manguereaban de manera meticulosa la parrilla, los faros y el parabrisas. A Don Manuel no le quedó otra que contratar un servicio del estilo TrackSat.
El viejo Bonanata se haría un festín con el casco de Rafa. Si no aprendí mal a leer las manchas, por el tamaño de algunas salpicaduras de insectos, estimo que venía manejando a 435 km/h. Ponele.
Delceggio lo niega. Dice que a más de 130 no se puede viajar. Y no lo afirma por prudente: la Guzzi carece por completo de carenado. El tipo para todo el viento (y la fauna que vuela) con el pecho.
Es lindo subirse a una moto de estética vintage, pero por pocos kilómetros. Los 350 hasta Tandil prefiero hacerlos en el Mini.
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Pero, cuando entramos a la zona de las sierras, la historia cambia. Comienzan los desniveles, las curvas cerradas y esos toboganes de vértigo, por donde se lanzaban (y se mataban) los pilotos de Turismo Carretera. Tandil es un lugar soñado para manejar y acá empiezo a extrañar la personalidad nerviosa de los anteriores Mini. El nuevo Countryman tiene buena potencia y la caja es una maravilla, pero es demasiado grande y pesado (1.500 kilos). Los neumáticos (con llantas de 18 pulgadas) tienen buen agarre. Existe una versión All4 (con doble tracción, 60.900 dólares), aunque este Cooper S es sólo tracción delantera (53.900 dólares).
A lo largo de su historia, Mini fabricó algunos de los mejores autos con tracción delantera del planeta. Es su especialidad. Los ingenieros ingleses la tienen tan clara que ellos recibieron el encargo de desarrollar la próxima generación de nuevos modelos chicos de BMW: serán todos FWD.
El Countryman es excelente en rutas y autopistas, pero no es tan dócil como otros Mini en los tramos más revirados. Venís a buena velocidad, te acercás a la curva, clavás los frenos y bajás a tercera. Cuando esperás que el auto muerda la cuerda interna y salga disparado hacia la curva siguiente, lo que hace en realidad es irse un poco-demasiado de trompa e inclinar un poco (¡too much!) la carrocería.
Cae el sol en las sierras y veo que Rafa está disfrutando de la Guzzi por primera vez en el día. Se acuesta un poco en las curvas y libera potencia cada vez que puede. Los escapes de la V7 Stornello retumban en las laderas. No hay dudas: debajo de ese manto de bichos aplastados hay un tipo que sonríe.
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Tengo sentimientos encontrados con el Countryman. Me parece el Mini más confortable, práctico y multifacético de los últimos tiempos. Pero, al mismo tiempo, perdió en gran parte la esencia que hizo famosa a la marca inglesa.
Entiendo el camino que eligió BMW Group: “Si quiero vender más Mini, tengo que llegar a un público más amplio”. Esa masificación es la que suele anestesiar a las ideas más osadas y puristas de este negocio. No es un fenómeno que afecte sólo a Mini, lo padece toda la industria: “Si no querés desaparecer del mapa, vas a tener que vender millones de unidades”.
A veces me pregunto por qué Mini nunca llevó a la producción el Rocketman Concept de 2011. Era una idea genial: tenía el mismo largo de un Mini original, pero era más ancho y espacioso. Incluía algunas soluciones delirantes, como puertas con bisagras dobles (para lograr un ángulo de apertura mayor, sin recurrir al tamaño de una tranquera). Se veía moderno, simpático y muy divertido de manejar. El único defecto estaba en su nombre: era un homenaje a la canción más cursi de Elton John.
Pero el Rocketman fue archivado y, en su lugar, surgieron modelos cada vez más grandes, como los nuevos Clubman y Countryman.
Sueño con un Mini que se maneje con la alegría y agilidad de una Moto Guzzi. No como un Serie 7.
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El día que pegamos la vuelta para Buenos Aires, Rafa se muestra inusualmente generoso: “¿Alguien quiere volver manejando la Stornello?”
La última noche nos clavamos una parrillada y nos quedamos charlando hasta tarde en Chacrabliss. Por la mañana, el cuerpo acusa recibo.
Me encanta la Guzzi. Cómo se ve, cómo suena y lo bien que se mueve en las sierras. Es la John Cooper Works de las motos. Además, por un motivo que no supe explicar, cargué durante todo el viaje mi propio casco en el baúl del Countryman. Estoy a punto de aceptar el convite.
Pero ahí recuerdo que nos espera el tránsito pesado al ingreso a la ciudad. También el calor del pavimento. Los baches del camino. Y las nubes de bichos en la ruta.
Le digo a Rafa: “No, gracias. Prefiero seguir manejando el Mini”.
Sí, soy un mar de contradicciones.
C.C. / R.D.
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R.D. con la Guzzi. C.C. con el Countryman. Encuentro en Tandil.
Stornello y Countryman. Una moto y un auto con guiños de estética retro.
Rafa Delceggio saca buenas fotos incluso cuando aparece en cámara.
En la ruta no lo para nadie. Bueno, salvo los bichos.
Interior bien Mini: completo, con calidad y muy original.
Esta versión tiene el motor 2.0 turbo con 192 caballos, pero sólo tracción delantera.
El All4 cuesta siete mil dólares más.
Un Mini genial para la ruta y la ciudad, aunque sacrificó parte de la esencia deportiva de los Cooper S.