Hace dos semanas, cuando publiqué en Autoblog esta entrevista al legendario vendedor de autos exóticos, Jorge Cupeiro, mencioné al pasar a la hamburguesería Pepino, de San Isidro.

Cupeiro y sus agencias siempre fueron sinónimo de Zona Norte y Avenida del Libertador. Lo mismo puede decirse de muchos locales de comidas rápidas, inspirados en la cultura yanki: Pumper Nic, The Embers, Pepino, Perica y Carlitos, por mencionar a los más históricos. TGI Friday's, Burger54 y Carlitos LNG, por citar –justamente- a “las nuevas generaciones”.

No menciono a McDonald’s y Burger King, porque considero que lo que cocinan ahí puede tener una gran personalidad y sabor intenso, aunque no me atrevería a llamarlo “hamburguesa”.

Cupeiro, las agencias de autos de Libertador y las hamburguesas fueron el paisaje de mi infancia y adolescencia. Nací en esa ciudad (tantas veces burbuja, tantas veces frívola) llamada San Isidro. Fui al Colegio Marín, me enteré de que zafé de la colimba desayunando en Pepino y mi primer laburo a los 17 años fue en Acassuso, sobre Libertador: en la primera oficina de producción de “A Todo Motor” (leer más).

Libertador fue y es la gran pasarela de los autos exóticos en la Argentina. Por ahí desfilaba Bessone con su Ferrari Testarossa en los ’90 y aún hoy por ahí pasean los Sielecki, con su colección de Acassuso. Libertador es como Autoclásica, pero está abierta todo el año.

Por Libertador y sus hamburgueserías también yiraba hace dos décadas Charly Ptaschne, pionero argentino del tuning, con su Ford Escort con alerón de Sierra RS Cosworth, y otras locuras más, como las que aún hoy sueña con fabricar.

Y, por supuesto, por Libertador también yiraba yo, con mi humilde Fiat Uno 1.4 SL (leer más), pero especialmente con los autos prestados que me dejaba usar algunos fines de semana Rubén Daray, con la excusa de “testearlos”.

Por eso, con la total autoridad de mis 43 años, hoy puedo decir que la mejor hamburguesería de Libertador no era ninguna de las que mencioné hasta ahora. Era El Grillo. Estaba en la esquina de Libertador y Martín y Omar, donde antes había funcionado una YPF, justo enfrente de la famosa (y nefasta) casa de la familia Puccio.

El Grillo era un local de mi amigo Fernando Rufo, el mejor cerebro comercial de mi generación. Donde hoy funciona un Banco Francés, en los ’90 había un local al aire libre, apenas cubierto por el techo de la YPF abandonada, donde se servían las hamburguesas más grandes, parrilleras y generosas que comí en mi vida.

Y lo mejor de todo: podías estacionar tu auto justo al lado de la mesa. Era el lugar perfecto para mandarte la parte con un buen fierro.

Para un chico de mi edad, en 1993, no existía mejor fierro que el Suzuki Swift GTi. Tenía un diseño galáctico, con su luneta trasera oscurecida y pegada al ras de la carrocería. Y, con su motor 1.3 16v de 101 caballos, literalmente volaba. Pesaba apenas 790 kilos, aceleraba de 0 a 100 km/h en 9 segundos y llegaba a 190 km/h.

En 1993, el importador de Suzuki en la Argentina era la firma Mandataria. Y el Swift GTi que nos prestaron para probar en ATM era el vehículo personal del dueño de la importadora.

Espero que el señor no se esté enterando por esta nota de la paliza que le di a su auto.

Rubén Daray, que sabía que yo deliraba por ese auto, me lo prestó por el fin de semana. El viernes a la noche, terminé de visualizar el siguiente programa de ATM en las oficinas de VCC, en Belgrano, pasé a buscar a una novia pechugona que vivía por Núñez y la llevé a comer hamburguesas a El Grillo, con “mi” hot-hatch japonés estacionado al lado de la mesa.

Desde entonces, todos mis recuerdos del Swift están condensados en esa noche: pendejo, hambriento, con plata en el bolsillo, minita de acompañante y el Suzuki rugiendo por Libertador.

Rápido.

Tirando cambios a 7.500 rpm, saltando por los desniveles de Libertador en las Barrancas de San Isidro, deslizando sobre los adoquines mojados del Casco Histórico.

Estúpidamente rápido.

Por suerte, maduré. Y en Libertador, por suerte, también maduraron las cámaras con radares.

Por eso, cuando Indumotora me ofreció probar el nuevo Suzuki Swift (1.4 16v, 95 cv, 23 mil dólares), lo primero que hice fue pensar dónde, un tipo inmaduro como yo, podía acelerar sin culpas “la nueva generación” de aquél japonecito con el que cometí algunas estupideces en la adolescencia.

Por eso, este Suzuki Swift será el auto oficial de Autoblog en este track day.

Carlos Cristófalo

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En el garage de Autoblog: Suzuki Swift
El Suzuki Swift cuesta 23 mil dólares y la ficha técnica se puede ver acá.

En el garage de Autoblog: Suzuki Swift
La crítica completa se publicará la semana que viene.

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