Ya era el tercer día del Goodwood Festival of Speed y me sorprendía no habérmelo encontrado por los jardines del castillo del Duque de Richmond. Jorge Gómez, el coleccionista de autos más excéntrico de la Argentina, no suele perderse esta clase de eventos. Así que le mandé un mensajito, para ver por dónde andaba.

Me respondió al toque: "Estoy en Londres. Me invitaron a ver la final de Wimbledon. Juegan el número 1 y 2 del mundo. ¡Y encima le apostamos a Alcaraz!". Le contesté que, después de Goodwood, tenía planeado un día libre en Londres. Y retrucó: "Yo también me quedo unos días más en Londres, así que nos tomamos un café: sí o sí".

El lunes 17 de julio me desperté bien temprano y con una sensación de vacío. Goodwood es "El Aleph de los Autos" (leer crítica) y, cada vez que termina ese fin de semana de locura, te deja con una especie de síndrome de abstinencia.

Mis amigos Rodrigo Barcia, Lucas Abriata y Héctor Jetta me dejaron en la estación de Chichester. Habíamos compartido una casa durante ese fin de semana y ellos se volvían para España, en un BMW Serie 7 alquilado. Me despedí de los muchachos, me tomé el tren hasta Londres, el subte hasta Hyde Park y llegué caminando hasta el Hostel que había reservado.

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El Hotel de C.C. en Londres. Mucho hippie, pero no se estarían viendo los regalitos para el equipo de Motor1.

Ya tengo 50 años, pero cuando viajo por mi cuenta a ciudades grandes sigo parando en hoteles de mochileros. Me quedó la costumbre desde nuestros viajes por Latinoamérica con Lola. Siempre reservo una habitación privada con baño privado (mi gran lujo es no tener que compartir eso) y disfruto de todas las otras ventajas: tarifa razonable, acceso libre a la cocina, excelente ubicación para moverte a pata por la ciudad, huéspedes con buena onda y todas las comidas incluidas (no esperes ningún manjar, pero ayuda si querés ahorrar unos mangos o socializar).

Me quedaban 24 horas para tomar el avión de regreso a Buenos Aires y mi único plan era caminar por Londres y buscar ropa: aún con la devaluación, es más barato comprar zapatillas y pilchas en Inglaterra que en la Argentina.

Estaba caminando por Hyde Park -viendo a una señora de sombrero insólito, mientras intentaba domesticar a unos perritos bochincheros- cuando le escribí a Jorge: "Ya estoy en Londres, ¿tomamos ese café?".

Lo que ocurrió de ahí en más nunca lo podría haber imaginado.


The Jorge Gomez's Car Tour

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"¡Ganó Alcaraz!", fue lo primero que me dijo Jorge. "Estoy con unos amigos y vamos a ver una agencia de autos. Nos vemos tipo 11 en lo de Joe Macari, ¿te parece?".

Joe Macari es uno de los vendedores de autos exóticos más famosos de Gran Bretaña (y del mundo también). Desde hace más de 50 años, su local del barrio de Wandsworth es el lugar indicado para comprar el auto de tus sueños. ¿Querés un McLaren F1 de 1992 o una Ferrari 250 GTO de 1962? La mayoría de los dealers te va a decir que es imposible conseguir uno a la venta, porque se fabricaron muy pocos y porque sus actuales propietarios no los quieren largar. Joe Macari siempre tiene unidades disponibles, aunque sus precios sean absolutamente ridículos: "Creo que por 70 millones de dólares el dueño puede considerar vender su GTO".

Jorge y su grupo de amigos -dos empresarios argentinos que viven en Miami- llegaron al showroom poco después que yo. Jorge no habla mucho inglés, así que me ofrecí de intérprete con la gente de Macari.

Después de los saludos y las anécdotas sobre Goodwood y Wimbledon, le pregunté:

-¿Estás buscando un auto para vos?

-Sí, puede ser. Pero sobre todo estoy buscando para un amigo, pero con una condición especial: necesita autos que se puedan llevar y patentar en Estados Unidos.

Vimos una amplia variedad de Ferrari, Lamborghini, Maserati, Porsche y McLaren. A Jorge le fascinó el nuevo Murray T.33, sobre todo porque tiene caja manual. Un vendedor nos explicó: "En Macari somos representantes oficiales de Gordon Murray Automotive. La versión Coupé del T.33 ya está agotada, pero todavía tenemos unidades disponibles de la T.33 Spyder". Jorge le sacó fotos y le escribió a su amigo en Estados Unidos.

La cuestión es que, después de un rato de recorrer el local, Gómez no encontraba lo que buscaba. O, mejor dicho, todo lo que le gustaba ya había sido reservado por otro cliente. Me acerqué y le dije despacito, en castellano: "Si lo que está acá no te sirve, tal vez deberíamos ir a DK Engineering".

Para qué. El vendedor me escuchó y llamó de inmediato a Joe Macari. El legendario dealer de autos exóticos se presentó en persona, vistiendo unas bermudas de jean muy deshilachadas. Nos encaró y desembuchó: "Ustedes están ahora en el Paraíso, ¿por qué quieren ir a visitar a los Diablos en el Infierno?". Macari no se lleva bien con David y Kate Cottingham, los fundadores del otro gran negocio de autos exóticos de Inglaterra.

Para intentar retenernos, el viejo Macari nos llevó entonces a un galpón vecino, más reservado que su conocido salón sobre Merton Road. En ese otro edificio tenía la famosa Ferrari 250 GTO que ofrece en venta, una 250 California y muchísimas más Ferrari con valores millonarios, entremezcladas con algunas rarezas, como un simpático Abarth 500 clásico. Macari nos mostró el banco de pruebas donde pone a punto los motores de todos los autos que restaura. Incluso les hace pequeñas modificaciones, para mejorar la refrigeración y el sistema eléctrico: "Si te comprás un auto de estos tenés que poder disfrutarlo cada vez que puedas. No quiero que me llames un sábado por la tarde porque te recalentó el motor en un embotellamiento de Puerto Banus", graficó Macari.


"Goodbye, Joe..."

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Así y todo, a Jorge le quedó picando la idea de conocer DK Engineering. Nos despedimos de Macari, pedimos un Uber y nos fuimos para la zona de Rickmansworth, a una hora del centro de Londres. En el camino, llamé por teléfono y les avisé que estaba llegando un cliente importante: "Es el primer comprador latinoamericano de Pagani", definí a Gómez, recordando parte de su palmarés fierrero (leer acá).

Que no sea ofenda Joe, pero DK Engineering es una empresa mucho más grande que la de Macari. David y Kate tiene clientes de todo el mundo, incluyendo a los coleccionistas más caprichosos de autos exóticos: "Un cliente japonés que colecciona Ferrari nos manda sus autos cada vez que les completa mil kilómetros. Nos pide desarmarlos por completo, repasarlos, limpiarlos, reemplazar piezas gastadas y armar todo otra vez. Ese trabajo tiene un costo y un tiempo, pero ese no es un problema para él", me contaron cuando los visité el año pasado (ver nota).

Esta vez nos recibieron como si fuéramos integrantes de la nobleza: el dato anticipado sobre los Pagani de Jorge había surtido efecto. Nos hicieron pasar a una salita de espera. Nos ofrecieron bebidas y café. Nos obsequiaron folletos y esperamos ahí hasta que llegó el guía-vendedor, quien realizó una recorrida completa por los salones y talleres construidos en esta caballeriza restaurada.

El nivel de obsesión por el detalle de DK Engineering sólo es comparable al grado de capricho que deben tener sus clientes. Los studs transformados en talleres están abarrotados de autos carísimos a medio desarmar. Algunos están ahí porque los dueños pidieron restauraciones o servicios de mantenimiento. Otros están simplemente a la venta, como la Ferrari 430 GTC "Munchi's", que corriera Luis Pérez Companc (ver nota aparte). A Jorge, en cambio, le llamó la atención un Lancia Stratos azul. Y averiguó bastante sobre el servicio de restauración para su conocida Ferrari F355.

Cuando terminamos la recorrida, invocó una frase que ya es meme: "Bueno, ¿quién tiene hambre?" Y nos invitó a almorzar a todos, en un restaurante vecino.

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Ford GT40, Ferrari 599 GT0, Ferrari 512 BB y Lancia Stratos, todos en DK Engineering.


"¿Vamos al Ritz?"

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El barrio de Jorge Gómez en Londres. Y la cena en el Ritz.

Como ya comenté, Jorge estaba con dos amigos argentinos: dos empresarios que viven en Miami. Y, en el almuerzo, empezaron a gastar a uno de ellos. Parece que se había equivocado al chequear su vuelo de regreso a casa y tenía que tomar el avión antes de lo planeado: "¡Te perdés la cena de esta noche!", le decían.

Ahí fue cuando Jorge me dijo: "Carlitos, ¿te gustaría venir a cenar esta noche con nosotros? Tenemos reservas para tres en el Hotel Ritz". Me quedé duro: "¿En el Ritz? Pero mirá que yo no traje pilcha. Vine a Goodwood con unos amigos, traje ropa para embarrarme y para dormir en un Hostel..."

Gómez me respondió con el optimismo que caracteriza a todas sus decisiones: "Olvidate, vos venís conmigo. Sos invitado de honor de Giorgio de La Matanza" (leer historieta).

Listo, que no se hable más. Volví a mi Hostel, dormí una siesta, me puse un jean que ya estaba un poco usado, la única camisa que había llevado a Inglaterra y me fui caminando hasta el hotel de Jorge, que quedaba cerca del mío. Entre el coqueto barrio de Kensigton y Mochilerópolis había sólo 15 cuadras.

Nos tomamos un taxi londinense (¿sabías que ahora se fabrican en China?), bajamos en el London Ritz, encaramos con decisión la puerta del restaurante y nos pararon en seco.

-Disculpen, caballeros. Pero no pueden entrar vestidos así.

-Pero tenenemos reserva.

-Sí, pero no cumplen con la regla de etiqueta...

-Pero...

-...si son tan amables de acercarse al guardarropas, les vamos a facilitar la indumentaria necesaria para pasar al salón comedor.

Fue igual que en la película "Top Secret": éramos dos Nick Rivers (y un Mel Tormé) cambiándonos de ropa a metros de las mesas del restaurante más elegante de Londres. Unas amables señoras nos prestaron corbata y saco (a mí) y también camisa (porque Jorge había ido en remera).

Recién ahí nos dejaron pasar.

No hace falta que diga que fue la cena más lujosa, excéntrica y costosa de la que participé en mi vida. Tampoco es necesario aclarar que ni amagué a pagar la cuenta. El ticket lo agarró al vuelo uno de los amigos de Jorge. Festejamos porque Horacio Pagani le confirmó a Gómez la inminente entrega de su esperado Utopia. Y, por supuesto, también brindamos por el triunfo de Carlitos Alcaraz.

C.C.

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