Los taxis podrían ser considerados como los mejores vehículos de pruebas, todo el día andando, acumulando cantidades de kilómetros en muy poco tiempo, casi más que los propios test de la marca. Debo de admitir que cada vez que me subo a un “auto de alquiler”, si lo veo en buen estado le hago una suerte de encuesta al conductor, ¿hace cuánto que lo tenés? ¿Se te rompió algo? ¿Gasta mucho? ¿Qué tal estar todo el día manejando este modelo? Etc., etc., etc…
¿Nos vamos a concentrar en aspectos como durabilidad y confiabilidad en esta entrega colectiva de Motor1 Argentina? No, esta nota trata de otra cosa, de esos autos a los que preferíamos (incluso anhelábamos) subirnos por gusto, practicidad o comodidad (incluso por curiosidad).
Carlos Alfredo Pereyra – Peugeot 504 Diesel
En todas sus versiones fue un coche que “robaba viajes” pero en los años noventa, fabricado por Sevel, alcanzó su pico de rendimiento como producto utilitario, ya que era el preferido para operarlo como taxi por motor diesel, un baúl enorme, al igual que un amplio habitáculo.
Entrar ya marcaba la diferencia, puesto que la apertura de sus puertas traseras facilitaba el ascenso con paquetes, bolsas (o entregas de facultad). También era el preferido para ir a buscar parientes que llegaban a la terminal de buses de Retiro o al Aeroparque; las valijas entraban todas atrás, sin molestar a los pasajeros ni al conductor. Ni qué decir de su extraordinario andar, algo que representaba un plus definitivo a la hora de dejar pasar a los R12 o a los milqui, para alzar la mano en un corto movimiento y hacer arrimar a la vereda al Yeyo.
Los sábados de cine en familia eran con cena en restaurante, y luego taxi a casa. Ventajas de vivir cerquita de los cines del centro. Si el que nos levantaba era un 504, programa completo.
Leonardo Valente - Tesla Model S
Ok, no era un taxi, era un Uber… habíamos viajado con mi socio a Barcelona al Mobile World Congress. Entre los datos que teníamos -gastronómicos, of course- estaba el del “Pez Tortilla”, un local en la Calle del Pez, especializado en Tortillas y Croquetas, en el país de las Tortillas y las Croquetas. La cena, para festejar un viaje realmente productivo fue apoteótica, recorrimos la carta completa, y luego quedaba un viaje no muy largo al departamento, pero la verdad es que daba para llamar un auto. Sabíamos que los Uber en Madrid para la versión premium eran Mercedes S, o Teslas, y mi socio sin decirme nada se jugó una ficha a que nos tocara uno de estos últimos, y se dio.
Emocionado me subí en el asiento del acompañante, había visto muchísimos desde el primero que me crucé en San Francisco en 2013, pero nunca había estado en uno. Por obra de las casualidades, si bien tuve alguna acelerada de cortesía, sucedió que la mitad del trayecto nos tocó ir siguiendo a un camión recolector por las estrechas calles de la capital, por lo que el trayecto se prolongó por lo menos el doble de lo esperado, todavía lo recuerdo con una sonrisa.
Orlando Cristófalo – Rastrojero taxi
Nunca fui muy de taxis o remises. Fui muy de bondi, trenes y, cuando pude, mi auto o el que le tomaba prestado a mi madre, por lo que mi participación en esta nota será tomándome una pequeña licencia que espero Jaime acepte. Se trata de un recuerdo de cuando íbamos de paseo “al centro”. Para mí, y para varios que vivimos por estas zonas, ir “al centro” era cruzar la General Paz. Sí, arranquen con el bullying cuando quieran, pero siempre le dije centro a todo lo que estuviese de esa avenida para allá.
Los autos ya me llamaban la atención más de lo normal y los taxis abundaban en Capital. Pero hubo uno que siempre me atrajo: el Rastrojero taxi. En realidad se llamaba Rastrojero Conosur (lo supe muchísimos años más tarde), y era una carrocería especial y artesanalmente hecha en Quilmes en una fábrica llamada Bernametal. Era feo, cuadrado pero me recordaba a la robustez de mis Duravit, con los cuales podías jugar todo el día y provocar una fractura expuesta de tobillo en segundos si golpeabas a alguien a toda velocidad.
Nunca viajé en uno, dejó de fabricarse en 1979 y yo tenía 9 años. Debe haber sido toda una experiencia en una camioneta carrozada como berlina para ser utilizada como taxi. Quizás algún coleccionista tenga uno y cumpla el sueño del pequeño Orly… 40 años después.
Carlos Cristófalo - Chevrolet Spin
Nunca viví en una gran ciudad, así que eso de "tomar un taxi" para mí siempre fue una excentricidad de porteños y de películas filmadas en Manhattan. Sin embargo, como buen hijo del conurbano bonaerense, tengo un verdadero "Master en Remises". Son ese pariente más ecléctico, variopinto y marginal de los clásicos taxis: autos de alquiler con choferes que, en el pasado, siempre fueron Ingenieros Nucleares, Ejecutivos Millonarios o Ganadores del Prode, que en una mala racha perdieron todo y terminaron "manejando un remo".
Todos menos Jorge. Nació y vive con la vocación de ser Remisero Profesional. Es el chofer más famoso de la República de Béccar y todo el mundo en el barrio tiene su celular. Jorge tuvo autos de todo tipo en su trayectoria: arrancó con un Peugeot 504, siguió con un Ford Galaxy, tuvo varios Fiat Siena y, desde hace unos años, sólo compra y usa Chevrolet Spin. Nunca usó una Spin Turbodiesel. Jamás le puso GNC a sus Spin 1.8: "Gastan un poquito, sí. Pero es un motor recontra confiable. Además, puedo llevar hasta siete pasajeros y todos viajan muy cómodos. Soy el chofer oficial de todos los chicos del barrio que me conocen de toda la vida. Y, cuando son adolescentes, me contratan en patota para llevarlos y traerlos de los boliches".
Eso sí, Jorge no sólo le saca bien el jugo a los siete asientos de la Spin. También lucra con astucia con los puertos USB y tomas de 12v. Los presta con generosidad para cargar celulares, pero siempre pide "una monedita" de propina: "Es que la batería también se gasta", explica.
Luciano Salseduc – Peugeot 405
Con mi hermano fuimos a la escuela primaria N°16 en La Lucila. Muchos mediodías mi vieja nos buscaba para llevarnos, contrarreloj, a alguna actividad extraescolar. Con poco tiempo disponible, no nos quedaba otra que ir a tomar un taxi a la estación de tren, lugar dónde se encuentra la “base” de los tacheros. Los autos que esperan se ubican en fila y no tenés mucho margen para elegir: te toca el que te toca. Mientras caminábamos esas cuadras hasta la parada jugábamos a adivinar a cuál nos íbamos a subir, y mi predilección era siempre un Peugeot 405 que estaba impecable y me llamaba mucho la atención.
En ese baúl gigante tirábamos las mochilas pesadas (en ese entonces no estaban de moda las de rueditas) y después nos lanzábamos estilo clavado a ese asiento comodísimo y gigante. Jugábamos con los levantavidrios y también me fascinaba ver por el techo corredizo. Todo eso valía la pena a pesar del reto correspondiente. Diversión al margen, recuerdo que nos sentábamos perfectamente los tres y charlábamos sobre el día escolar. Jorge manejaba y se reía mientras nos miraba por el espejo retrovisor.
Jaime Mayo – Renault Kangoo o Partner/Berlingo
Si el mundo se divide entre los que tienen la costumbre de tomar taxi para ir a todos lados y los que no, yo estoy en el segundo grupo. Entonces, si voy a pagar cada tanto para que me lleven, quiero ir a mis anchas, y que más anchas que las Berlingo/Partner y Kangoo. Los tres modelos (los dos primeros son el mismo pero con distinto escudo) se distinguen por ser amplios, con espacio de sobra para piernas y hombros, aún si viajan tres atrás. Y como si fuera poco, son tan altos que tenés buena vista y podés hasta desperezarte sin tocar el techo.
El remate es el acceso, puerta corrediza, ancha y alta, nada de tener cuidado para no pegarle a algo, nada de agacharse para entrar. Eso sí, en muchos casos hay que darle fuerte para que cierre bien y no tenés ventanilla normal atrás. ¿Algo más? Si, aún con tres tremendos tubos de GNC hay espacio en el baúl y como son autos franceses el confort de marcha está asegurado, total, yo no solo quiero para tomar curvas, ni tampoco quiero que el taxista corra.
Juan Pablo Estevez – Peugeot 404
Siempre me gustó el Peugeot 404, desde chico: fue un flechazo a primera vista y eso que todavía no sabía que sería el protagonista de uno de mis cuentos preferidos: La Autopista del Sur, de Julio Cortázar (ver nota con info sobre el parque automotor de la obra). Me gustaba especialmente el que traía palanca al volante, pero supe querer a todos los modelos que pasaron por la Argentina.
Aunque se dejó de fabricar en 1980 en el país, y yo nací en el ’84, algunos ejemplares siguieron rodando y tuve la oportunidad de subirme. Me acuerdo que heredé ese gusto de mi abuela, que siempre me decía “Rolando Rivas manejaba un Siam Di Tella, pero para mí el 404 siempre fue más lindo”. Hoy llevo todo ese bagaje cultural y amor por el 404 encima y uno de mis proyectos es comprar una unidad con palanca de cambios al volante, restaurarla de la mejor manera posible y tenerla como una joya inmaculada para salir a andarla y pasear los fines de semana.