Texto de Nico Nikola

Es viernes, la tarde va cerrando, anunciando el comienzo de un fin de semana largo: tenemos planes y no estaremos en Buenos Aires. Por supuesto que me entusiasmo con la idea de hacer algunos kilómetros de ruta, cambiar de aire y disfrutar con mi familia y del paisaje.

Todo está listo. Como contracara, será un fin de semana sin mis clásicos, sin mi rutina de puesta en marcha, alguna reparación ligera, un repaso y luego el tan esperado café con amigos, normalmente desayuno de sábados o el encuentro de domingos a las 18.

El cambio de rutina me inquieta: no he dejado de acariciar ese momento cuasi religioso de experimentar esa preciada comunión con la máquina. He decido “cortar” la tarde y tomarme unas horas para que ella, en su condición femenina de Coupé, y yo nos tomemos un recreo. En libertad absoluta, sin otro propósito ni destino que el mismo recorrido, nos arrojaremos en un encuentro privado, único e incondicional: sólo así aceptaré la culpa, el dolor que me produce el abandono que imagino para ellos en la soledad, oscuridad y el desamparo de la cochera, producto de mi ausencia.

Claro que, todo esto, es un gesto indiscutible de locura: no lo voy a negar. No tiene cura. No me molesta. ¡Quién no!

La he elegido a Ella porque la tengo en casa, bien a mano. Retiro la funda y la doblo con cuidado. La fantasía de estar desvistiéndola sobreviene al tiempo que su “body” se ofrece desnudo y suave.

Apenas un repaso con un paño de microfibra y cera rápida: está preciosa. ¡Es una señora de casi cuatro décadas, nunca una cirugía plástica y es que ha envejecido tan bien!

Nació en Stuttgart, pero ha pasado toda su vida en Argentina. Ha perdido el acento y nos entendemos muy bien. Llevamos 12 años juntos, nos conocemos. Hasta su nombre hace honor a su género: Mercedes.

Un voraz V8 de 5 litros late al ritmo en que vamos entrando en calor, noble e incondicional, se deja llevar. Su entrega ha sido siempre incondicional, predispuesta, urgente, no pide mucho y lo da todo. Sedienta al fin, pide su coctel favorito y pasamos por una Shell. La noto rara, discretamente incómoda, sutilmente molesta y al cruzar el puente se queja. Un ligero desmayo y luego vuelve a arrancar. Subo a la autopista y sólo por precaución no busco el carril rápido, sino que prudentemente, como cualquier caballero, esta vez no la exijo. Me ha querido decir algo y no logro descifrarlo. Unos pocos metros y siento que se desvanece.

Busco un sitio seguro. No es falta de combustible, es algo más. La banquina está muy bien y consigo alejarme bastante del carril de aceleración previo a la bajada siguiente. Estamos, por el momento, a salvo.

Los que abrazamos la pasión de los autos clásicos, sabemos de estos contratiempos y nunca me quejo. Es algo normal de lo cual hasta he aprendido a disfrutar: una aventura, una oportunidad de aprendizaje y la confirmación de estar detrás del volante cuya arquitectura, requiere, de otras competencias, destrezas y conocimiento. Perdón, pero somos una casta, una especie orgullosamente incomprendida.

Luego de unos minutos vuelvo intentarlo, parece reaccionar, una tenue sonrisa que dura apenas unos pocos segundos. Silencio y a pensar. La inyección Bosch K Jetronic no se anda con vueltas y por ahí no viene la cosa, lo sé. La bomba no parece funcionar, no la escucho. No es mucho lo que puedo hacer: abro la tapa de la fusiblera y retiro el relé que corresponde: lo vuelvo a instalar esperando un milagro. No ocurre.

Comienza a anochecer y la incipiente oscuridad me sobrecoge: no parece ser un sitio muy inseguro. Sin embrago, es el conurbano y no debo bajar las defensas. No es con ella, soy yo. Nunca antes me había dejado. No me gusta ese verbo y conjugo otro: “Nunca antes se había sentido abatida”.

No es ella. Está herida y es mi momento de cuidarla, llevarla a salvo a casa, sin rencores ni reclamos para nunca más volver a hablar del tema.

Si bien estoy cerca de casa, presiento que el retorno no será tarea sencilla. Llamo al Automóvil Club Argentino y confirmo la noticia: no tiene jurisdicción en la autopista. Una condición para la que no encuentro una explicación lógica. Marco el 140 y me comunico con el auxilio de Autopistas del Sol. Me anuncian entre una hora y una hora cuarenta y cinco minutos de demora. Pregunto por qué el ACA no podría acarrearme y me dicen que sí puede, que no hay impedimento alguno. Llamo nuevamente a mi club, del cual llevo muchos años de socio y me dicen que no, que habiendo yo pagado peaje, algo que jamás sucedió a esta altura del acceso a Pilar, quien debía sacarme de la autopista es el concesionario.

Ya de noche, vuelvo a llamar al ACA quienes proceden a enviar un equipo, habiendo demorado, la plancha de AUSOL más de una hora y media. El auxilio amarillo llegó antes y al no encontrarme en la colectora y luego, supongo, de hablar a la base, el mecánico y conductor decide esperarme. No sólo eso: se acercó por la colectora y se posicionó a metros de mi auto, lo cual me dio tranquilidad y seguridad cuando la oscuridad ya era cerrada y el tránsito menguaba, estando yo y mi Dama en inmejorable vulnerabilidad ante los dueños de lo ajeno.

Aún sigo sin entender el absurdo de estar a 300 metros de la salida, que sea necesario el empalme de dos servicios con la consecuente demora, riesgo asociado, costos e improductividad. Supongo que no es sólo un conflicto de interés, tal vez un tema sindical, sin duda algo impráctico cuyo único perjudicado es el usuario, socio y cliente respectivamente.

Ya en casa, y gracias a la amabilidad del chofer del equipo, habiendo guardado la Coupé y colocado su funda protectora, despido al señor y sin rencor alguno, me prometo dar por olvidado el evento.

Hoy el auto vuelve a estar en marcha. Finalmente confirmo que fue un capricho de la Señora, un llamado de atención, un mimo. Un cable del encendido flojo, limpiar contactos y otra vez destila perfección y ritmo en todo régimen. Una historia más. Una confirmación de que esta afición requiere de pasión, paciencia y equilibrio emocional.

Nada de que quejarse.

Ya lo intenté: el Golf no es para mí.

N.N.

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La columna de Nico Nikola: “Relato de una pasión”
Ella, Mercedes.

La columna de Nico Nikola: “Consejos para comprar tu primer auto clásico (en Argentina)
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