La familia de Carlos Alberto Reutemann confirmó esta tarde el fallecimiento del ex piloto y senador nacional. "Papá se fue en paz y dignidad después de luchar como un campeón con un corazón noble y fuerte que lo acompañó hasta el final", escribió su hija Cora Reutemann.

"Siento orgullo y bendición por el padre que tuve. Sé que me acompañará todos los días de mi vida hasta que nos volvamos a encontrar en la casa del Señor", agregó.

Carlos Alberto Reutemann (nacido en Santa Fe, el 12 de abril de 1942) fue un expiloto de automovilismo y político argentino. Corrió en la Fórmula 1 desde 1972 hasta 1982, donde compitió para los equipos Brabham, Ferrari, Lotus y Williams.

Durante su trayectoria en la máxima categoría del automovilismo obtuvo 12 victorias, 45 podios y seis pole positions en 144 carreras, además de dos triunfos en carreras fuera de campeonato. Fue el argentino más exitoso en la Fórmula 1, después de Juan Manuel Fangio.

Reutemann fue un verdadero campeón sin corona: salió tercero en los mundiales de 1975, 1978 y 1980. Y fue subcampeón en 1981. Ese año superó a su compañero de equipo y primer piloto de Williams, Alan Jones, para finalizar segundo en el Campeonato de Pilotos, con una diferencia de solamente un punto con respecto al campeón, Nelson Piquet. Reutemann se retiró de la Fórmula 1 en 1982.

El piloto de Santa Fe también corrió en Sport Prototipos y en el Mundial de Rally: terminó tercero en las ediciones 1980 y 1985 del Rally de Argentina, con Fiat y Peugeot.

En el año 1991, a los 49 años y de manera paralela a sus actividades como productor agropecuario, Reutemann inició su carrera política dentro del Partido Justicialista, impulsado por el entonces presidente Carlos Menem. Fue gobernador de Santa Fe y senador nacional.

Su apodo de toda la vida fue "Lole". Le pusieron así en su pueblo natal, porque desde chico estaba a cargo de la cría porcina familiar. Cuando los amigos le preguntaban "¿vamos a jugar?", siempre respondía: "Tengo que cuidar Lole... chones".

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Carlos Alberto Reutemann (1942 - 2021).

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La despedida de su familia.

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VIDEO: Carlos Reutemann cuenta sus mejores anécdotas (2019)

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Nota de la Revista Seúl (20 de junio de 2021) El Lole, en bóxes



Texto de Esteban Schmidt

Ilustración de Zipararte

El Lole está demoradísimo en boxes y esto me hizo pensar mucho en él desde que se anunciaron su internación, su anemia, su hepatopatía, su hipertensión, sus repetidos, e inubicables, sangrados digestivos, su corazón con stentcitos, su pronóstico permanentemente reservado. En su recuperación de hace un mes, antes del alta efímera, se lo ve sentado en la cama de la clínica leyendo atento La Capital, todos vimos esa foto del Lole viejo, con anteojos de leer, pero con la espalda recta y reconcentrado, marcial, vivo, durable, así se fue a la casa, pero rebotó en pocos días a cuidados intensivos y ahora está en sala intermedia. A menos que se tenga la inmensa fortuna de ser llevado por Caronte, en medio de la noche, de un síncope dulce, inaudible, la vejez es este acumulado de desventuras hospitalarias y lagunas mentales que al menos vistas desde el cielo tienen la compensación que aquello que se demuele en el cuerpo resiste en la memoria emocional de sus contemporáneos. Más que nada, la fuerza de los nombres propios: Nürburgring, Jacarepaguá, Cap Ferrat, Mimicha y los contextos en que éstos se nos pegaron para siempre.

Los años ’70, además de todo lo que tú ia sabes, fue una larga conversación sobre deportes. Más o menos cuando la Argentina deja de existir teníamos dando vueltas por el mundo a la única farándula de proyección internacional que produjimos. Todos deportistas individuales. El tridente Monzón, Vilas, Reutemann, estrellas que superaban en ingresos y en ventas por publicidad a los mejores futbolistas de entonces. Detrás del trío, se fueron sumando Clerc, Victor Galíndez, los seleccionados de Menotti, de hockey sobre patín y, pasaditos los ’80, la selección de voleyball que reventó en diez minutos el stock de pelotas en las casas de deportes. Obvio, Maradona. Va aparte.

Machos Alfa Argentinos

El suspenso deportivo era constante, de lunes a domingo, y no había formas de pensar la pelea de Monzón con Rodrigo Valdez, o de leer las entrelíneas de la mala sangre que se hacía Batata después de una doble falta. Cada encuentro deportivo que terminaba bien abastecía a todos los argentinos vivos sin distinción de banderías, como se decía en aquella época, la fantasía de país macho alfa que se cogía de parado a sus vecinos e incluso a España, que todavía mandaba comediantes y cantantes a matar el hambre acá. Todo lo cual armó una bola nacionalista banal que coronó cuando se recuperaron durante algunos meses las Islas Malvinas. Caso contrario, cualquier deportista que fracasara reventaba la pompa de jabón, porque se jugaba todo al deporte, La Copa Davis que no se ganaba y Galíndez llegando con sobrepeso a la pelea con Mike Rossman eran dramas populares mayúsculos que se desmenuzaban en cada contacto estrecho. Fue el Lole quien durante más tiempo concentró esa ansiedad, la mochila de la insatisfacción nacional por no alcanzar la cumbre más alta.

Reutemann, que había ido a la escuela primaria a caballo, seis kilómetros de ida y seis de vuelta a la 46 de Manucho, un poblado que hoy no aparece en el mapa, y que luego estuvo internado pupilo en Santa Fe con curas jesuitas, que aprendió a manejar normal con un Ford 1929 a los siete años, y a manejar bien con un Ford 1940 cuando había barro, duró nueve años en la Fórmula 1, entre 1973 y 1982, y no solo por una cuestión de buenos apoyos económicos para ocupar esos asientos, sino porque metió 45 podios, con 12 victorias, una trayectoria exitosa y rendidora para las escuderías, en tiempos ultracompetitivos donde había cuatro escuderías en paridad y diez pilotos por sobre todo el resto, uno de ellos siempre el Lole. Tal cosa no parecía ser suficiente para la narración argentina del merecemos más. Reutemann recompensaba las expectativas rotas con material para el desposte, asuntos técnicos, efecto suelo, polleritas, neumáticos defectuosos, que en las oficinas se desmenuzaba con un sabedor al mando, seguidores atentos y algún contradictor.

Es difícil, decía Mario Sapag cuando lo imitaba, es muy difícil, porque el Lole no aportaba al espectáculo brindándose en lo personal, divirtiendo, exagerando o minimizando, sino contándonos las pruebas de tanques llenos, y las curvas complicadas en su dimensión compleja, seria, difícil. Al no retorizar y, como agravante, ser un hombre de familia, a diferencia de Willy o Monzón, era aburrido (como Pernía), y solo quedaba atado en su monoposto, dando vueltas a los circuitos hasta el abandono, el séptimo puesto, el podio ocasional o el triunfo que se veían de mañana en teles blanco y negro, cajas pesadas de 20 pulgadas que ocupaban en los livings los espacios que en otros tiempos se reservaban para los pianos.

El automovilismo impide, por ahora, ver el sufrimiento del corredor en la carrera, entonces las carreras de F1 consisten, y consistían, en ver la largada con los toquecitos, ver la bandera a cuadros y el momento que entran a boxes para deslumbrarse con la velocidad con que se cambian los neumáticos y, por supuesto, los accidentes, que en aquellos años eran más frecuentes, más espectaculares y más letales (se mataron 17 colegas durante su tiempo).

Al respecto, detrás de la impaciencia nacional por el hecho de que el Lole no ganara más carreras, se hablaba de que tenía mufa, mala suerte o de que era cagón. Y Reutemann en cierta oportunidad respondió esto que me parece de cuarzo:

“Cuando dicen que a mí me falta valentía, da la impresión que lo que quieren significar es que yo levanto el pie. En caso de que tuviera miedo de manejar un coche de Fórmula 1, y tuviese miedo, por ejemplo, de tomar el curvón Salotto a 255 km/h, ¿qué es lo que tendría que hacer? ¿A qué velocidad tendría que tomarlo? Porque yo no puedo levantar el pie. Porque si lo levanto demasiado, se ve mucho, ¿no es cierto? Y se ve en el reloj; aparte, lo advertiría toda la gente. Pero vamos a suponer que por miedo a un accidente, a matarme, tomara el curvón Salotto a 230 km/h. ¿Creés que hay diferencia entre un impacto a 230 km o a 255 km? No, no la hay. Arriba de 180 km… chau.”

En enero de 1974, el Lole venía punteando el Gran Premio de Buenos Aires y todo auguraba su triunfo, la distancia con el segundo, la regularidad de tiempos en cada vuelta, la expectativa era enorme y había un país mirando la tele, un país es un país. Perón o muerte es informado de la situación y sale en helicóptero con la futura presidenta Isabelita, el ex presidente interino Raúl Lastiri y el super asesor de todos ellos, Josecito. Al llegar al palco oficial, el Lole se queda sin nafta en la última vuelta. Insólitamente lo hizo más célebre ese abandono en Buenos Aires que su enorme talento y todos sus triunfos y, sobre el final de su carrera, matizó su injusta fama de segundón abandonador con un perfil de cagador cuando rompió los códigos de la escudería Williams al no ceder el primer lugar en una competencia a Alan Jones, su compañero de equipo, a quien le llevaba una diferencia menor a seis segundos, el margen estipulado para ceder el uno, dos. La Argentina acompañó su decisión.

En este reportaje de acá abajo podrán ver cuando gana el gran premio de Mónaco, en mayo de 1980, y a pocos metros de la meta, Héctor Acosta, el relator de automovilismo de ATC, se quiebra mal. Va a ganar Carlos Alberto Reutem… y púmbate. Acosta trata de acomodar la explicación de su llanto, que se analizó en todas las tertulias televisivas y radiales a la cuestión de que era un argentino el que ganaba. Fue dos años antes de la acción militar en las hermanitas perdidas. El reflejo que me quedó a mí, como aprendizaje, ponele, es el del amor entre hombres, no necesariamente erótico, sino el que deviene de la admiración y la camaradería.

Hasta Gobernador estaba bien

Diez años después en 1991, retirado en su campo, el Lole corona como gobernador de Santa Fe, cuando Carlos Menem, que había tenido tantas tapas de Gente con Reutemann, lo integra a su gesta de colonizar el peronismo con carismáticos prepolíticos como Palito Ortega en Tucumán, su tierra natal; el motonauta Daniel Scioli en la Ciudad de Buenos Aires y Lole en Santa Fe, donde pudo cumplir la parábola del hijo pródigo.

Separado de Mimicha, arma otra pareja estable de muchos años, pero ni eso ni la política con todos sus asados y tiempos muertos para contar anécdotas le sacaron la expresión de que todo es muy difícil y él mismo reconoce que su no aceptación de la candidatura presidencial ofrecida por Duhalde en 2003 se relaciona con que aquello que vio y no le gustó era el inmenso trámite en el que debía meterse para sus limitadas habilidades sociales.

Hasta gobernador estaba bien.

E.S.

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VIDEO: Entrevista a Carlos Reutemann (1980)

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Ya estaba previsto, pero ahora tendrá un sentido diferente. Este fin de semana se realizará el Festival de la Velocidad de Goodwood (Inglaterra). El diseñador Gordon Murray ya había confirmado su presencia al volante de uno de los autos más famosos de Reutemann: el Brabham Ford BT44B con el que ganó el Grand Prix de Alemania de 1975, en Nürburgring.

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