Textos: Carlos Alfredo Pereyra - Fotos: Raúl Vich

Los recuerdos se fueron ordenando solos. Tenía idea de hacer esta nota basándome en la inalterable memoria del sentido del olfato, la cual es insobornable. Olés una salsa y te remite a tu madre, o a tu abuela; a reuniones familiares. Retrocedés décadas en un abrir y cerrar de ojos. Sí. Mejor con los ojos cerrados. Los recuerdos se abalanzan para aflorar, y te ponen tanto la cronología de los acontecimientos, como los patitos perfectamente en fila. Ejercicio emotivo, y sanador.

A decir verdad, la idea la disparó una frase de Guillermo Portaluppi, dicha como al pasar, refiriéndose a su extraño Renault Vel Satis diesel (ex Gustavo Fosco) cuando me dijo -Huele a Chevallier- refiriéndose al olor que deja ese coche cuando queda regulando en la cochera. Similar a una terminal de micros.

Esta vez apuntaría en dirección a unos vehículos que despiertan pasión y fanatismo para mucha gente: los buses. No somos pocos los que los veneramos (aquí también nos estamos encontrando).  Pedí a un referente en lo que es fotografía de buses: Raúl Vich, quien gentilmente facilitó enseguida lo que le pedía. ¡Muchas gracias Raúl, y muchas gracias Adrián Yodice, por facilitar el contacto! Quería fotos de ómnibus que operaron la ruta Asunción – Buenos Aires, en todos los tiempos, con preferencia en las décadas de los setenta, ochenta y noventa. Y especialmente las empresas de ese origen. A la media hora ya las tenía en el celular; increíble. Son estas que ilustran este fotorreportaje.

Esos micros marcaron tanto mi infancia como mi primera juventud, también ayudaron a implantar con vívidos mojones este camino que uno ha transitado en el fanatismo hacia los transportes por carreteras. Viajar con, en, y a través de ellos se convirtió en un hobby, en un enlace familiar, en motivo para dibujar, en hobby para coleccionar, en tratar de imitar guturalmente el sonido de su motor mientras andaba en bicicleta simulando ser chofer; o armando un bus con los Lego y rodarlo por rutas imaginarias. Creatividad 100%. También, por supuesto, como incentivo para diseñar nuevas criaturas. Luego han sido protagonistas en muchas de mis notas en los medios dedicados al transporte, y por supuesto vuelven a aparecer ahora en esta etapa de PESADOBLOG. Siempre van a estar.

Nunca me había ocupado de los buses del hermano país, el lugar de nacimiento de mi madre y de residencia de un montón de tíos, primos y demás parientes. Durante muchos años de ir a esperar su llegada, o comprar un pasaje para ir a Asunción, era un acontecimiento significativo; era la llave para el reencuentro, y para mí era la oportunidad de respirar Paraguay. Asociaba el olor a gasoil a terminal, a espera, a abrazos, a valijas, a regalos. Una infancia que tuvo mucho de agasajo y presentes, como conté en esta nota.

Tomábamos el colectivo 61 (la original compañía Plaza) desde el barrio de San Cristóbal hacia Plaza Once, el eje urbano del transporte por buses hacia el norte del país; las terminales-garaje de los micros que iban hacia la costa estaban en Plaza Constitución (a pocas cuadras de mi casa y con vivencias de verano que dan para otra nota), en tanto que los que llegaban/iban para Paraguay estaban en derredor del punto de origen del ferrocarril al oeste: Línea Sarmiento.

Son los tiempos previos a la Terminal de Buses de Retiro (Baiter 1983), el movimiento y caudal de pasajeros iba siempre en aumento, y es por esto que las empresas con mayor cantidad de servicios habían erigido complejos para buses y pasajeros de gran superficie y comodidades; otros micros debían partir de improvisadas playas de maniobra, dentro del pulmón de manzana, debiendo ingresar marcha atrás a ellas, a través de estrechas entradas de garaje, las cuales complicaban notablemente la circulación del barrio de Once. Menudo problema, en los alrededores de la terminal ferroviaria se circulaba con dificultad, ya que desde esos andenes partían trenes de cercanía, denominados servicios eléctricos; también se despachaban trenes diesel (carga/pasajeros), con destino al oeste de la provincia de Buenos Aires, y hacia otros ramales más lejanos. A las calles laterales llegaban y salían colectivos urbanos; y, además, bajo tierra, la alucinante estación Miserere combinaba el tren subterráneo (línea A 1913) con el despacho de trenes eléctricos interurbanos, que finalizaban en Moreno. Hoy esta combinación colectivo-subte-tren persiste, pero se ha ordenado y regulado. Era una zona populosa, algo desordenada, pero aún así mucho mejor que el páramo decadente en el que se fue convirtiendo con el paso del tiempo. Aun así, siempre Constitución y Retiro (la otra megaplaza) fueron peores como barrios alrededor de centros de transferencia.

A todo lo anterior se sumaba en Plaza Once la operación de servicios de micros que complementaban la traza ferroviaria, en sus propias terminales y garajes. Chevallier, que era la mayor empresa de buses, tenía una recién inaugurada en la calle Catamarca con despachos de sus Mercedes Scenicruiser (hermosos)hacia todas las provincias, y a una cuadra más al oeste estaba, sobre la calle La Rioja, la de Río de la Plata con sus incesantes despachos de servicios lecheros, o de media distancia, o los rápidos. Era incesante el movimiento de los veloces Mercedes-Benz 0-170 carrozados por Dic, me encantaban esos micros, que en el verano también cubrían la costa atlántica. Hay que hacer notar que los trenes suburbanos, allá por los sesenta/setenta, andaban muy bien, y gozaban de una regularidad que hoy nos parecería de ciencia ficción, sin embargo, los colectivos y especialmente los rápidos de media distancia, iban llenos de pasajeros que encontraban en ellos la confiable solución de transporte para enlazar con sus remotos domicilios. Pensá que por 1974 Argentina solo tenía 4% de desempleo; y una sólida cultura del trabajo. Fue la última vez que esos números saludables acompañaron.

Tanto trabajo había, que los inmigrantes de países limítrofes llegaban para engrosar las filas de personal de todo tipo que se requería. Había oportunidad y cristalización de los sueños en esta ciudad, la cual mostraba una envidiable fortaleza, especialmente cuando a la noche brillaba con sus bares y restaurantes llenos, y por qué no, sus cines y teatros. Trabajo y esparcimiento, plata en el bolsillo, y un porvenir venturoso que parecía no tener límite.

 

Plaza Once 1970

En ese ambiente de mediados de los setenta me crie, por eso la memoria se revitaliza con estas imágenes. En la calle Bartolomé Mitre, a pocas cuadras del epicentro del transporte, en pleno barrio de comerciantes de origen judío, se emplazaba el punto de salida/llegada de la empresa paraguaya Nuestra Señora de la Asunción, el natural nacionalismo de mis parientes los llevaba a comprar pasajes en esta compañía, y eran sus frecuentes pasajeros, así indujeron la costumbre a mi madre, que solía comprar los boletos en esa oficina. Nos íbamos para allá, y el sueño comenzaba; ahí veía enormes fotos murales de un ómnibus en un paisaje espectacular, y después de la transacción (onerosa para nuestra economía), recibíamos un pasaje impreso como una chequera de varias páginas, similar a uno de avión, en el cual la misma foto a color estaba en la tapa de ese tesoro de papel. No guardo materialmente ninguno de esos recuerdos, no tengo idea dónde quedaron. Le legué a mi hija entradas a shows de rock y pop que vi, o tickets de vuelo que tomé. Me hubiera gustado darle los restos de esas regias piezas gráficas también. Era entonces contar los días (interminables) hasta embarcar, o bien ante la noticia de una llegada con visitas, seguir contando para que tuviésemos que ir a recibir a los viajeros.

Era un niño muy tranquilo, que no necesitaba estar bajo escrutinio permanente de mis mayores, por lo que era frecuente que ante una concentración de personas alrededor de un ómnibus maniobrando en la dársena, yo tuviese algo de libertad para moverme y ver detalles de esa maravillosa máquina de tamaño colosal. Me encantaba aproximarme a la parte trasera del ómnibus, a la zona caliente, la que inundaba de humos de diesel en combustión incompleta. Ese olor de los recuerdos. La playa y dársena era a cielo abierto, o con techos muy elevados, pero se saturaba todo de volátiles. Olor a terminal.

En esos recintos se fijaban firmemente otros recuerdos, ya que los buses argentinos eran mayoría y expresaban con su número la producción y variedad de la industria argentina. Por la zona de terminales como esa se veían Cametal, Dic, San Antonio, DeCaroli y un largo etc., pero cuando arribaban los servicios de Paraguay, se podían ver las alternativas que ya comenzaban a producirse en Brasil. Nuestra Señora de la Asunción operaba buses Scania con carrocería de duraluminio Ciferal a los que denominaba Dinosaurio, era la típica construcción norteamericana con chasis bajo, joroba desnivel como los nuestros, y predominio de color metalizado. Una leve franja con los colores de la bandera, identificaban a esta tradicional empresa de transporte. Según las publicidades era el mejor bus construido en Sudamérica por aquel entonces.

Terminales: Por qué soy petrolhead

El Dinosaurio Scania-Ciferal de Nuestra Señora de la Asunción. Lujo y excelente servicio a Asunción. Mediados de los años setenta.

 

Terminales: Por qué soy petrolhead

El paso por Rosario era una referencia obligatoria para estos servicios de 18 horas de viaje.

 

La terminal de La Internacional (calle la Rioja entre Rivadavia e Hipólito Yrigoyen, enfrente de Río de la Plata) operaba los buses argentinos con uno de los mejores cortes de pintura que recuerde. Elegancia pura. Plateados con franjas celestes, y el logo en itálica de una empresa que trabajaba todo el litoral del Paraná, hasta Paraguay, junto a ella trabajaba asociada Empresa Godoy (también de Argentina) y un tercer miembro que era una empresa paraguaya: Expreso Brújula. Ya su nombre me impactó desde muy pequeño. A los cuatro años fui con mi mamá a esa terminal, muy temprano, y de un micro de Brújula (Cametal) bajó en 1970 la hermana menor de mi vieja. Llegaba mi jovencísima tía (una rubia chica Bond) a radicarse en el país; tengo vívidos esos recuerdos.

 

Encuentro cercano del tercer tipo

Un lustro después en esa alucinante terminal con sala de espera tipo platea en planta alta (yo creía que era un miniaeropuerto) vi llegar al espectáculo más sobrecogedor que recuerde en el tema buses. Nada lo pudo superar. Fui a recibir a una prima que venía de Asunción, y la acústica de ese galpón propició y acentuó un sonido musical que irrumpió súbitamente. Los que saben de esto no se van a sorprender, era así como lo describo. Ese rugido ronco y grave era la inconfundible firma sonora de los buses mexicanos Sultana TM-40-17-P fabricados por Trailers Monterrey (motor Detroit Diesel S71, V8 dos tiempos, con bomba de barrido), había llegado la nueva joya de Expreso Brújula: el “Jet de las Carreteras”, tal su slogan publicitario.

 

Terminales: Por qué soy petrolhead

Sultana Servicio Superlujo a Asunción. 18 horas con servicio a bordo, bar y baño. No voy a olvidar su sonido y su imagen cuando los ví entrar a la terminal de La Internacional.

 

Quedé mudo de una pieza, tenía unos once años y no podía creer cuando entró el primero de dos buses, con un eje simple adelante y dos ejes atrás. ¡Eran del espacio! Plateados, con lateral curvo y marcado, los pilares de techo bien inclinados enmarcando ventanas más bien pequeñas, con bogies carenados en color azul, con llantas también azules; y un desnivel marcado similar a los buses Greyhound, norteamericanos (bueno, estos también lo eran) Estilo streamline, aluminio marcado con ondulaciones, alternándose con tramos de carrocería de chapa plana. Una obra de arte sobre ruedas. La llegada de mi prima pasó a segundo plano, ella conversaba con mi madre e hicieron fila para retirar los equipajes… otra sorpresa, las bauleras eran superpuestas, con compuertas que se asemejaban más a los aviones. No se usaba por ese entonces el termino retrofuturista. Pues eso, eran un show retrofuturista.

Creo que ese día se me marcó definitivamente la pasión por el diseño, el transporte, y la ciencia ficción; todo a la vez gracias a esos extraterrestres que descendieron en la Tierra.

 

Desde la sala de espera del primer piso tenías esta visión de los buses llegando. Dos Sultana acaban de llegar provinientes de Asunción. Mágica y bulliciosa, Buenos Aires de luces y sueños.

 

Los Sultana eran ahora mi objetivo. Cada vez que los oía primero, y los veía, robustecía mi objetivo: debía viajar en ellos. Al poco tiempo (ya con trece años y con permiso de mis padres ante escribano) se dio la oportunidad; podría viajar solo a Asunción en las vacaciones de verano de 1978. ¡A sacar pasaje por Brújula entonces! Y sucedió, y el viaje tuvo todo lo bueno que esperaba. Se me grabó a fuego ese sonido, que no sería lo recomendable para escuchar permanentemente, pero para mí fue una sinfonía. Cada marca tenía el suyo entonces, los Scania argentinos se imponían, los Mercedes tenían su propia identidad, y los Magirus Deutz eran los inconfundibles, ya que enfriaban por aire, y su zumbido era el mas fácil de reconocer. Pero el Sultana les ganaba a todos. No era el más armonioso, era grave, pero era el que a mi más me gustó siempre.

En 1979 en vacaciones de invierno, hubo otra oportunidad, esta vez en familia. Otra vez a sacar pasajes en Brújula, pero en esta oportunidad quería un plus, y se dio. Los Sultana tres ejes tenían numeración interna de dos cifras, hasta el 100, recuerdo a los números 80 y 90. Pero estaban ya los que tenían interno de tres cifras a partir del 110, eran algo distintos. ¡Tenían cuatro ejes! Y así fue que la suerte acompañó y nos tocó el Jumbo Dorado (TM-44-18-SP), así se llamaba. Impresionante. El servicio salía a las 14 horas, y llegaba a Asunción a las 8 de la mañana del día siguiente. Dieciocho horas de Ruta Nacional 11 atravesando Buenos Aires, Santa Fe, Chaco y Formosa; 1256 Km. Toda la noche, y al despuntar el día, llegar a hacer fila para la balsa en el Río Paraguay. Volaba en la ruta, nada de velocidad regulada. Era el verdadero jet de la carretera. Bien puesto tenía el nombre.

 

Terminales: Por qué soy petrolhead

Luego llegaron los Jumbo Dorado, cuatro ejes e impresionante andar y aceleración. Hermoso recuerdo de los buses fabricados por Ramirez en Monterrey, México. Operaron en Perú y en Paraguay. La mejor decoración la tenían estos de Brújula.

 

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Raúl Vich (autor de las fotos de esta nota) al lado de un Sultana Jumbo

 

Las terminales se mudan a Retiro

A la vuelta de la democracia se inauguró la terminal de Retiro, al poco tiempo comenzó también a crecer (reinstalándose) la Villa 31 que la rodea. Íbamos a recibir parientes o a emprender viajes. La magia de las terminales atestadas de Once se había terminado y un nuevo lenguaje alrededor de los micros se iba escribiendo; al menos fue así al comienzo.

Los Sultana llegaban con su inconfundible mensaje sonoro y se los confundía con otro actor de carácter que también llegaba a esta ciudad, solo que proveniente de Uruguay, los buses GM MCI de la empresa Onda. Otro diseño hermoso y sonido raro. Por si faltaba algo, Pluma de Brasil, con sus conductores vestidos de rosa traía las carrocerías Nielson sobre chasis Scania o Volvo. Era un tratado abierto multicolor sobre como viajar en buses. En la otra punta Fénix, de Chile también aportaba lo suyo sobre buses Setra. No sabías para donde mirar.

Luego comenzó la inmediata decadencia. Toda la modernidad y las pocas empresas que operaban en un principio se volvió un hormiguero caótico con empresas desconocidas, griterío y peligro de descuidistas. Era otro ambiente, promediaban los ochenta y ya no era lo mismo. Era atractivo para ver buses nuestros o extranjeros (siempre lo fue), pero la mística se había terminado.

 

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Los servicios a Paraguay tardaban 36 horas en los sesenta, y luego pasaron a 24 horas. En general las empresas paraguayas siempre operaron buses de diverso origen. Aquí un Ciferal modelo Lider brasileño, probablemente sobre un chasis Mercedes-Benz.

 

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Aquí uno similar, visto de atrás. No se aprecia aire acondicionado, nótense todas las ventanas corredizas abiertas.

 

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Chasis Volvo, carrozado por Cametal. Expreso Brújula llegaba con servicios comunes a Buenos Aires. Empleaba buses argentinos.

 

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Luego utilizó brasileños como este Nielson.

 

Terminales: Por qué soy petrolhead

Ómnibus mexicano en Buenos Aires. Plaza Once, Ecuador y Bartolomé Mitre, un Sultana Imperial sale de la terminal. Detrás se ve un Dic panorámico de Río de la Plata. Edificios en contrucción. Buenos Aires, década de los años setenta. Luego vendrían los Super Panorámicos.

 

Terminales: Por qué soy petrolhead

Media cuadra más atrás, unos años después. El Jumbo Dorado de Brújula sale, y se cruza con otro rápido de la Río de la Plata. Modernidad.

 

Terminales: Por qué soy petrolhead

En los garajes de la terminal de Once se terminaban de aprontar los buses antes de la partida. El lugar todavía existe.

 

Terminales: Por qué soy petrolhead

En la ruta el Jet de las Carreteras era el rey. Aquí persigue a un Scania-Dic LD-1014  de La Internacional. Dos compañías, dos estilos.

 

Terminales: Por qué soy petrolhead

La terminal de buses de Retiro se inauguró en 1983, al lado del complejo ferroviario.

 

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Enorme y cómoda, fue un cambio notable en el arribo y despacho de buses a la ciudad capital.

 

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Brújula operó los Sultana un tiempo, pero ya eran viejos. Venían nuevos tiempos, con buses brasileños como este Scania, carrozado por Nielson. Aquí entrando a Retiro. Asoma atrás el helipuerto del edificio Pirelli.

 

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Chevallier tenía una compañía gemela en Paraguay, que utilizaba estos Scania Nielson. También hacían la ruta Asunción-Buenos Aires.

 

Sultana Detroit Diesel/Sonido - Video


 

Recorrido por el interior de un Sultana - Video

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