Texto: Carlos Alfredo Pereyra - Fotos: F R E D D Y C A M
Allá por 1995 irrumpió en los cielos de Argentina un dirigible blanco pintado con los colores de la empresa de productos lácteos La Serenísima. Este grupo alimenticio ya era por entonces el más grande jugador del mercado, y tenía una agresiva estrategia publicitaria tanto en gráfica, en radio, como en tv. Sin dudas resultó impactante e innovador el emplear una aeronave tan especial, que paseaba su majestuosa figura por todos lados; volando a baja altura (nunca debajo de los reglamentarios 300 metros) pero dados sus 59 metros de largo y 20 de diámetro, decorado a ambos flancos con logos de la marca y un ingrediente de sus líneas de yogures (GG), lograba que toda la gente alce la vista. No pasaba desapercibida.
Matriculado en Estados Unidos (N601LP) era un modelo Skyship 500HL, fabricado por Airship Industries. Aquí lo vemos aproximándose a tierra, con sus cabos listos para ser tomados por los asistentes, y sus hélices orientables soplando hacia abajo. Aeropuerto Internacional de Don Torcuato.
El aeropuerto estaba operativo por entonces, por lo que era común ver al blimp cruzado por otras aeronaves deportivas, jets ejecutivos, o helicópteros que tenían base allí.
Su color blanco podría asociarse a los productos lácteos, pero era dióxido de titanio aplicado sobre poliuretano, como cobertura de protección, para minimizar los efectos de los rayos ultravioleta solares y reducir las fugas de helio.
Equipado con dos motores Porsche alcanzaba una velocidad máxima de 99.7 km/h, siendo su velocidad crucero de 56,3km/h, y los 63.000m3 de helio Premium Pliz :Mrgreen le daban una autonomía de unas 17 horas ininterrumpidas de vuelo, entre los 1000 y 1500 pies de altura (300 a 500 metros).
A bordo viajaban dos tripulantes, y hasta cinco pasajeros; pero en tierra se debía contar con un miniejército de personal capacitado para liberarlo, o para capturarlo y amarrarlo. Era una operación coordinada entre torre de control, aeronave, y tierra. Esto es lo que me invitaron a ver un día, con la concreta posibilidad de abordar, y hacer un viaje por los cielos porteños. El premio no era gratuito, era un trabajo que me solicitaron; tenía que hacer una captura fotográfica del dirigible, y establecer sus medidas haciendo extrañas interpolaciones. Había que construir un dirigible en miniatura para poder filmarlo en estudio, en buenas condiciones de luz y movimientos de cámara. Una productora de cine publicitario, para quienes trabajaba haciendo maquetas y efectos especiales, me había encargado esto.
Por aquellos años comenzaba a usarse la integración digital de imágenes de calidad, y estas capturas con la maqueta posibilitarían insertar al dirigible en entornos urbanos donde se hubiera tornado dificultosa la precisión geográfico-temporal de hacerlo con el real, ya que estas aeronaves tienen un caprichoso comportamiento a merced del viento. No era fácil citarla en determinado punto de la ciudad a tal hora; solo el azar y su torpeza en vuelo establecían las posiciones donde encontrarla. Así que, con esa misión estaba en la puerta del aeropuerto, a la hora en que fui citado. Con suficiente tiempo; o al menos eso era lo que creía.
La improvisada e incompetente guardia del puesto de control (Aeropuerto Internacional...) no fue expeditiva y se demoró muchísmo e inexplicablemente para autorizar el ingreso (años después volé en helicóptero saliendo desde ahí, y pasé por el mismo calvario). Los minutos se fueron escurriendo de entre los dedos, y pagaría caro estas demoras. Finalmente revisaron los documentos y el coche (solo tenía un bolso con mi fiel Pentax K1000 y unos rollos); y a las cansadas abrieron la barrera. Recorrimos la distancia, considerable, hasta la pista donde estaba el dirigible, y cuando faltaban metros para llegar, vimos como alzaba vuelo... Lo perdimos.
Hubo que esperar hasta que regresara... unas tres horas, ya que el propósito original era relevarlo en tierra amarrado; asi que, sin poder volver a casa o a la oficina; hubo que dedicarse a mirar como los asistentes de tierra del dirigible jugaban un improvisado match de beisbol (todos norteamericanos) mientras de nuestros pies comenzaban a crecer raíces.
Advertencia: Los rastros de pintura que se ven al lado de las franjas verdes corresponden a la pintura de la maqueta (dedos), que se pasó a la foto original impresa en papel.
Si había que emprender vuelo hacia otras provincias, o a destinos alejados de la base en Buenos Aires, el aparato estaba acompañado por un equipo de tierra. Este se integraba por una flota 7 vehículos que tenían que ir a la par del dirigible para brindarle soporte. Incluso el combustible aeronáutico Avgas 100 LL no se producía en el país y era traído especialmente para esta aeronave. El helio estaba almacenado en cilindros iguales a los de soldadura oxiacetilénica, o los hospitalarios de oxígeno. Logística masiva y pesada.
La aeronave fue piloteada por lo menos por cuatro personas: Bob Fowler, un norteamericano oriundo de Massachusetts, John Fox (Australiano), y dos Argentinos: José María Vaca y Rolf Hossinger, quien fue comandante en Aerolíneas Argentinas y uno de los pilotos más reconocidos que tuvo el país. Los argentinos eran imprescindibles, especialmente para poder vincularse con controladores aéreos, o torres de control de aeródromos de la Argentina profunda, que no manejaban el idioma inglés como dicta la norma de comunicaciones y procedimientos aeronaúticos.
Un bus GM MCI, una van Chevrolet, y una pick up de la misma marca, agrupados en la pista asignada para estacionar el Airship. Parte del equipo móvil de tierra.
Chevrolet Silverado 3500 Extended Cab, con el pilón de amarre pequeño. Un vehículo de acción rápida, para tomar al dirigible y anclarlo a tierra.
Camión pesado GMC 7500 con el pilón más grande, denominado Mastrack. Este era más lento pero más efectivo y permanente. El dirigible podía pivotar alrededor del punto más alto de este ancla de amarre, y ponerse alineado al viento. El aire acondicionado sobre la casilla trasera climatizaba una oficina semipermanente en tierra.
Un asistente amarrando la nariz del dirigible al acople. Abajo el camión y el personal de tierra ya tienen asegurada a la aeronave. Podríamos comenzar a tomar las fotos en tierra.
Banda de babor. Logo La Serenísima. Lente 50mm. Había que caminar bastante para tener en cuadro y sin distorsión los casi 60 metros de longitud del Airship HL500. Fotos esenciales para poder hacer la miniatura. Los mágicos años en que trabajaba en cine publicitario.
El recorrido por debajo era un permanente estímulo. Tren de aterrizaje omnidireccional, y pasamanos por todos lados, para colgarse y conseguir lastrar a un animal que permanentemente amenazaba con regresar a su hábitat celeste.
Una vez estabilizado lo llenaban de lastre con bolsas de arena y pesas de plomo. Había que sedarlo como a un animal mitológico gigantesco. Lo único que delataba la escala humana era su barquilla para tripulantes y pasajeros. Dos pilotos y cinco viajeros.
Otro perfil para poder reproducir en miniatura. El relevamiento fue minucioso. La huella del tren de aterrizaje indica un giro a merced del viento, en sentido horario. No estaba quieto nunca. Me caía bien este indócil aparato... lástima no poder viajar en él.
Empuje vectorial con hélices de cinco aspas de paso variable y transmisión cardánica desde dos motores Porsche. El Zeppelin que vino a Buenos Aires 60 años antes tenía 5 motores Maybach V12.
Los dos motores Porsche eran adaptados del modelo de calle Turbo 930 flat six, enfriado por aire, y estaban dentro de la góndola-barquilla. Las hélices reversibles de paso variable eran Hoffmann, y la transmision-reducción era una adaptación del sistema de rotor de cola de los helicópteros Westland Lynx. Eran ruidosos, y anticipaban con su rugido la llegada del dirigible.
Una de las partes más lindas del dirigible. Parece un sumergible, una nave espacial, o lo que te quieras imaginar. Una gigantesca mole suspendida sobre tu cabeza. Privilegio estar cerca y ver sus detalles, ya se me estaba olvidando que no había podido viajar a bordo...
Escalerilla acoplada, listo para poder subir a la góndola. Nótense los ramales de energía y control de las luces RGB para anuncios animados. Pantalla gigantesca en vuelo.
Escala humana, parabrisas amplio dividido, de inclinación negativa, estilo cosechadora. Portezuela con lenguaje náutico, y al lado una gaveta para cargar lastre en bolsas de arena. Una particular forma de viajar por el aire.
Cockpit de vuelo con instrumental para el complejo control del aparato. Arriba, fuera de imagen había palancas y tiradores para ejecutar una particular coreografía de vuelo. Motores, superficies de control, lastre y timón.
Área pasajeros, ventanas ovales amplias, fuertemente inclinadas para ver hacia abajo. Cinco asientos. El sexto lugar estaba ocupado por el rack de control de las luces led. La puerta de atrás era el acceso a la sala de máquinas System Porsche.
La maqueta del dirigible
Finalizado el relevamiento debido a que la luz invernal ya se había agotado, emprendimos el regreso resignados. No viajaríamos.
El día se había terminado y teníamos que convertir las fotos a planos de producción para la maqueta. Había tiempo, pero era un trabajo inusual (como siempre) así que había que comenzar el proceso de ensayo-error que tanto enseña. Directo al estudio/taller y a dibujar (perdón, antes a dejar la película en el laboratorio para revelar y copiar) Entonces a descansar y esperar al otro día al mediodía, cuando estuvieran listas las fotos. ¡La gloria de los tiempos analógicos! Por esto es que uno es un boomer paciente, y sabe esperar sin trauma ni escándalo, costumbre que mantengo en estos ridículos tiempos en los que nos malacostubramos a que la satisfacción debe ser inmediata.
El proceso de hacer la maqueta fue divertido y casi sin sobresaltos. Teníamos en Chacarita a un experto tallador de poliuretano expandido (telgopor) que podía hacer cualquier cosa con un cuchillo caliente y con lija. En su taller había gárgolas, dinosaurios, balaustradas y pelotas standard, así que esto no supondría un problema. Le llevamos planos y plantillas de lo que queríamos, y comenzó el trabajo. A los dos días fuimos a verlo, y lo que tenía era un poliedro tosco, que no permitía aventurar un buen pronóstico; pero confiábamos en Hector Richetti y sus manos mágicas. Faltaban quince años para una impresora 3D. Preferíamos que talle y ponga enduído en ese bodoque informe, esculpido por revolución, con sus toscas manos de boxeador, antes que se enoje y nos llene la cara de dedos (lo apodabamos Acavallo). Era un muy buen tipo, pero tenía mal genio por momentos. Sabíamos como tratarlo.. como a un campeón, con respeto y pagos al día. Apenas nos animábamos a tutearlo.
Finalmente, en el plazo acordado, la forma aerodinámica básica y pura del blimp estaba lista y lisa, con pintura base. La llevamos con cuidado al taller, y recibió membrana vinílica pesada, con rodillo, para dar un aspecto áspero y semimate. La fotografía siempre requiere superficies no espejadas, así que conocíamos el truco para no tener problemas.
Aplicamos la gráfica, pintando con cuidado las tres franjas verdes laterales, y situando letras autoadhesivas cortadas por plotter. Luego adicionamos los volúmenes de góndola y motores, además de los cabos de arboladura y superficies de control. Nuestro dirigible mini, estaba listo para ser capturado en video.
Epílogo
En noviembre de 1996 durante un viaje por la provincia de Santa Fe el dirigible se encontró con un frente de tormenta muy severo que lo hizo aterrizar de emergencia. Una vez en tierra fue destruído por los vientos intensos. El informe oficial del incidente se puede leer en ésta crónica del diario La Opinión de Rafaela.
Un triste final para un icónico hito de la publicidad argentina.
C.A.P.
Aplicamos la gráfica cortada a plotter, cortada en vinilo y estirada para que copie superficies de doble curvartura. Menuda tarea sobre una pieza única. No podíamos fallar, o se desprendería la pintura y el material espumoso. Viaje de ida. Las lámparas LED RGB fueron un dilema, que tuvo una solución simple: punzonado paciente a espacios regulares sobre la pintura membrana. Quedaron perfectas.
En paralelo avanzaban la barquilla y los cabos. Un montón de líneas que complicaban el recorte digital, pero que aportaban realismo. Una solución de compromiso. Maqueta delicada como pocas. Se terminó en tiempo y forma, se filmó, y se la disputaron entre la productora, la agencia de publicidad y el cliente. Frecuente pleito, que siempre supe apreciar como un halago, con varios de los trabajos que hice.
Los días en que este servidor se ganaba la vida en el cine publicitario y el ilusionismo predigital. Riquísima etapa de la vida. Se añora, aunque hoy seria difícil compatibilizarla con la vida familiar.
El corto publicitario finalizado - Video