El objetivo de Motoblog siempre fue el mismo, y se mantiene como tal desde el primer día: acercar el mundo de las motos a la gente. Nosotros somos dos privilegiados que, un poco por habernos animado y otro tanto por estar en el lugar correcto en el momento correcto, tuvimos la oportunidad de armar este humilde rincón y gracias a eso accedemos a algunas cosas que no todo el mundo puede, pero eso no quita que todos puedan participar y sumar a esta comunidad.

Así es el caso de Sebastián, que quiso compartir la experiencia de su primer viaje en moto y nos escribió un mail contándonos la idea. Obviamente accedimos. Nosenfocaríamos en las expectativas que tenías, en cómo preparaste la moto y en lo que el viaje te dejó a vos, en lo que te generó, en los mitos que derribaste, en los miedos que venciste. Ese fue nuestro consejo. El resto es todo tuyo.

Así que sin mucha mayor introducción, los dejamos con la experiencia del primer gran viaje en moto contada por un miembro de esta comunidad. Y esperamos que sirva para que aquellos que aún no se hayan animado puedan tomar algo de coraje y decisión. Del otro lado los espera una gran experiencia. Que lo disfruten.

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No hay dudas que la pandemia y la cuarentena nos afectaron a todos. En mi caso provocó que la mayor parte del día me la pase pensando en viajar. En viajar en moto más precisamente. Eso me llevó a recordar mi primer viaje en ruta que hice en enero de este 2020 y así, casi sin darme cuenta, estaba en contacto con Motoblog preparando esta breve publicación en la que cuento un poco mi experiencia. Espero lo disfruten.

De un día para otro la idea de ir en moto hasta Bariloche desde Buenos Aires me apareció en la cabeza y de a poco se fue gestando. En Villa la Angostura estaba mi primo Tomás y en Bariloche, Francisco, un amigo de toda la vida. La idea era salir los primeros días de enero y pasar allá la mayor cantidad de tiempo, teniendo como fecha límite el 31 de enero que tenía que estar en Buenos Aires para el cumpleaños de mi viejo.

Si bien para alguien con algo de experiencia en motos mi idea podía parecer un paseo. En mi caso, el de alguien que hace cuatro años que anda en moto, que nunca salió a la ruta y que no tiene amigos moteros, era todo una odisea. Tres días viajando solo, en donde cualquier eventualidad que surgiera iba a tener que aprender a sortearla sobre la marcha.

La moto es una Twister 250 que compré usada y ya modificada que encontré por Mercado Libre. Fui a verla a La Plata y a los diez días me la estaba trayendo andando para Buenos Aires. Esa fue mi primer experiencia en ruta, la que, pese a ser un tramo corto, no pasé del todo bien ya que la moto no tenía espejitos y era la primera vez que la manejaba.

Como la moto venía ya modificada y bastante “pelada” tuve que ir adecuándola para poder hacer el viaje que yo quería. Obviamente lo primero que le coloqué fueron los espejos. Una defensa Protork fue el paso siguiente y hasta ahí lo más sencillo.

Me quedaba resolver la cuestión de guardabarros y de porta equipaje, con la problemática que trae el hecho de que la moto esté modificada, ya que el recorte de la parte trasera del cuadro me iba a impedir poner los agarres convencionales que vienen para la moto. Por suerte pude dar con gente muy capaz que en tiempo record me pudo solucionar estas cuestiones.

Ricardo, a quien conocí por los chicos de Garage Motor Club, me hizo los soportes y el porta equipaje. Le dejé la moto en la casa junto con los bidones de nafta -5 lts cada uno- y las alforjas que ya había comprado y me armó la estructura a medida. Quedó todo un lujo.

Los guardabarros me los hizo a mano Fede de Pepperbite, que también me cambió la luz delantera y el velocímetro, ya que tenía uno digital que pese a ser muy lindo no funcionaba para nada. Con todo esto y algún ajuste más pude lograr sacar la bendita VTV, que la hice justo el día anterior a salir de viaje.

Durante toda esa preparación me di cuenta que sería conveniente que de alguna manera aprendiera algo respecto al funcionamiento de una moto, por más básico que sea, dado que una cosa es andar en moto y otra es saber cómo funciona. Fue así que hice un curso de un mes en Garage Motor Club, en el que adquirí nociones de funcionamiento y mantenimiento básico. Claro que cualquier cosa que se me dañara durante el viaje no lo iba a poder resolver, pero bueno...al menos iba a entender algo más cuando me lo arreglaran.

En cuanto al camino a realizar había estado investigando un poco y, tampoco es que hubiese tantas opciones posibles para llegar, decidí el primer día llegar a Santa Rosa, La Pampa, que serían unos 662km. El segundo día sería el más duro, con un recorrido de 557 km, a través de la ruta del desierto hasta llegar a Neuquén. Por último, en el día tres solamente iba a tener que hacer 472 km para llegar hasta Bariloche.

Fue así que el viernes 10 de enero terminé saliendo de casa alrededor de las 9 am. La noche anterior ya había dejado las alforjas armadas y los dos bidones de nafta auxiliares llenos. Las preocupaciones de las cosas que podrían llegar a sucederme en el trayecto quedaron a un lado, dando lugar a mis ansias de estar en la ruta, sintiendo la experiencia del camino.

Al principio y mientras todavía circulaba por Buenos Aires me sentía medio extraterrestre. Contando los dos bidones de nafta, las dos alforjas, y el bolso estanco que estaba sobre la parrilla me daba la impresión que la moto iba estallada de cosas, seguramente por la costumbre a utilizarla en la vida diaria sin nada.

Todo iba de maravillas, el día estaba despejado y el calor no era agobiante, la moto respondía sin ningún problema y estaba empezando a disfrutar el andar. Lpm….me dejé la billetera en el departamento. Por supuesto ahí tenía mi documento, cédula de la moto y el registro de conducir, así que no quedó otra que volver a buscarlos. Llevaba andando menos de una hora, con lo cual el asunto podría haber sido mucho peor.

Ya en ruta comenzó el juego de tomarle el ritmo a la moto y a calcular cuánto me duraba el tanque de nafta, que comprobé que no era demasiado. La capacidad máxima del tanque debería ser de 10 litros aproximadamente, y en general llegando a los 100 km ya empezaba a pedir la reserva. Lo cierto es que tenía entendido que el tanque debería darme algunos kilómetros más de autonomía.

Cargué combustible por última vez ya entrando a Santa Rosa, en donde el chico que me cargaba combustible y otro más que se acercó a ver la moto me sugirieron cambiarle el piñón de 13 dientes a uno de 14 para mejorar el rendimiento. Fue así que seguí al segundo chico, que iba a en su moto, hasta un local de venta de repuestos de moto y compré un piñón de 14 dientes. Claramente no tenía la menor idea de cómo cambiarlo así que lo hizo él ahí mismo en la puerta del local. El tener un mínimo de herramientas conmigo me salvó de tener que ir a buscar algún taller, de modo que ya en el primer día de viaje comprobé la utilidad de tenerlas.

Esa primer jornada me llevó 10 horas y a la noche sentí como todas esas horas se me venían encima. Fue de este modo que pude comprobar que una dura jornada trae como recompensa que a la noche uno duerme como un bebé. La preparación a la mañana siguiente de la moto me llevó menos tiempo del que me había llevado la primera vez, así que ya lo sentí una victoria.

Este segundo día iba a tener que hacer varios kilómetros menos que el primer día, pero 200 de ellos serían por la ruta del desierto. Una interminable recta en la que no hay nada durante todo su trayecto. Era uno de los tramos del viaje que más expectativa me generaba. Ya el nombre la ruta del desierto tiene algo que te llama, y más si la vas a recorrer en moto. Por lo que tengo entendido se considera que inicia en Chacharramendi y que termina al llegar a la intersección con la RN 151, en donde justamente se encuentra el HotelCrucedel Desierto.

La verdad que el camino es increíble. Uno va manejando en trance. Obviamente el calor se siente, y más cuando inicias su recorrido cerca de las 10 de la mañana, en enero y en un día totalmente despejado. Deben haber sido 3 horas constantes bajo el sol y sin lugar adonde escapar. Por suerte el viento se ocupa y hace las veces de aire acondicionado.

Me encontré con esos carteles que previo al viaje había leído que constantemente hay en la ruta, del estilo si tiene sueño, pare. Es realmente cierto que esos 200 km rectos pueden jugar una mala pasada. En mi caso, hacía 10 km con el pecho pegado al tanque y 10 km sentado en posición normal. Ese era mi entretenimiento y mi distracción. Ayudaba a que no me acalambrara -tanto- las piernas y, además, cuando iba pegado al tanque ofrecía menos resistencia al viento y podía ir un poco más rápido.

Fue recién al llegar a la estación de servicio que está al lado del Hotel que tomé noción real de la temperatura. Me refiero a ese calor que hace en el que sí o sí hay que estar bajó la sombra y en el que cuesta mantener los ojos abiertos por la resolana, que incluso hasta la tierra devuelve.

El último día lo hice sin ningún problema. Al final había decidido ir directamente a lo de mi primo Tomás en Villa la Angostura, pasar unos días ahí y después ir a Bariloche a ver a mi amigo Francisco. En los primero dos días que pasé sin usar la moto se me empezaron a aflojar todas las tensiones de los tres días consecutivos en la ruta. Dolor de espalda, dolor de rodillas y lo que nunca, dolor de antebrazos.

Además caí en la cuenta que había podido hacer el viaje que quería y sin ningún problema. Al final resultó que no había sido tan difícil o tan imposible como pensaba en su momento. Obviamente me quedaba a fin de mes pegar la vuelta, pero ya habría tiempo para preocuparse por eso.

Obviamente estando ahí hice la famosa ruta de los 7 lagos, que va desde La Angostura hasta San Martín de los Andes. Después de viajar desde Buenos Aires manejar por esa ruta fue realmente un placer, un sinfín de curvas y contra curvas, rodeadas de bosques, lagos y montañas.

Luego de eso bajé a Bariloche. Estando ahí combiné con mi primo que me invitó a hacer una travesía con mochila. La idea era salir desde Colonia Suiza y llegar caminando hasta Pampa Linda, a los pies del Cerro Tronador. La tarea nos iba a llevar 5 días, sin ningún lugar de abastecimiento en el camino.

Como la idea del viaje era, además de la moto, meter algo de montaña obviamente le dije que sí. Así que arrancamos viaje con él y con dos amigos suyos a quienes conocí la misma mañana en la que empezamos a caminar.

La travesía realmente fue uno de los puntos altos del viaje. Montañas, cerros, lagos, lagunas, glaciares. Había para todos los gustos. Por suerte íbamos con alguien que ya había hecho la travesía un par de veces y conocía la ruta, lo que facilitó el viaje para todos.

Además de las vistas de las montañas y los lagos una de las sorpresas fue el clima. Todos comentaban que no era usual que hiciera tan buena clima -soleado y caluroso- durante tantos días seguidos.

Así que entre campamento y campamento nos fuimos acercando a Pampa Linda. Fue increíble ir advirtiendo a la distancia el sonido que produce el Cerro Tronador. Los trozos de hielo que se desprenden de los glaciares colgantes que rodean su cima impactan contra las paredes de piedra del Cerro y luego continuan su caída. Esa explosión que se escucha desde varios kilometros a la redonda es lo que le valió el nombre al Cerro.

Me quedé tan enganchado con la experiencia que dos días después de haber terminado la travesía me fui con mi amigo Francisco al Refugio Jakob, que era un día de caminata hasta llegar allí. Otra vez Bariloche se encargaba de deslumbrar con sus vistas y paisajes.

Como no tenía mucho tiempo más decidí que la vuelta a Buenos Aires la iba a hacer por el mismo camino que había hecho a la ida. Ya conocía la ruta y las estaciones de servicio donde parar, lo que suponía me iba a hacer la vuelta más ágil. El viaje también transcurrió sin problemas, o casi.

Al final del segundo día empecé a sentir que la moto perdía velocidad de a momentos, como si se ahogara. Pensé que era por el viento y como no me faltaba mucho para llegar a Santa Rosa no le di importancia. Al día siguiente, en el que tenía que llegar sí o sí a Buenos Aires para el cumpleaños de mi viejo, el problema de la moto ya se hizo más evidente y entendí que no era el viento. Algo le pasaba, pero no entendía qué.

A la altura de Trenque Lauquen, sobre la RN 5, encontré algo así como un taller. La persona que a cargo no se mostró muy alegre por mi llegada, ya  que era la hora de la siesta y se ve que se tomaba el asunto seriamente. Le expliqué lo que pasaba y sin siquiera mirar la moto me indicó que el problema seguramente era el filtro de aire tapado, así que lo sacó y me mandó a probar la moto. Efectivamente ese era el problema y me dijo que tenía que cambiárselo, pero que en la ciudad iba a estar todo cerrado justamente por la siesta.

Teniendo en cuenta que me quedaban varios km hasta Buenos Aires y que no quería desperdiciar dos o tres horas hasta que los locales volvieran a abrir, así que me metí en la ciudad en busca de una solución. Obviamente todo estaba cerrado y no se veía a casi nadie en la calle, así que cuando vi una casa que tenía una moto estacionada en la puerta y dos personas que estaban entrando aceleré para alcanzarlos. Supuse que si tenían moto iban a poder decirme dónde comprar un nuevo filtro de aire.

Por suerte el dueño de la moto me dijo que lo siguiera y, tras pasar por varios lugares sin éxito, me guió hasta su taller, en donde limpió el filtro con nafta y después lo secó con un compresor de aire. Ya con eso solucionado pude meterle pata y llegar a la casa de mis padres a las  9 de la noche. Justo para el festejo.

Fue así que transcurrió mi odisea en moto. O al menos eso fue para mí en los meses previos de preparación. Con el viaje me di cuenta que en realidad no cuesta tanto. Obviamente es físicamente duro, y pueden surgir problemas. En mi caso fueron realmente menores, pero aprendí que siempre aparece alguien para darte una mano y solucionarlo.

Además de eso ni hablar de lo increíble que es poder experimentar los lugares que se atraviesan directamente con el cuerpo. Es uno el que pasa horas arriba de la moto sintiendo constantemente el exterior. El calor, la fuerza del viento constante en el pecho, el ruido del motor mezclándose con el del viento.  No sé. Es una combinación de ensueño. Uno va en trance, dejando que la mente vuele a donde quiera, sin tener registro de ello.

Para todo aquel que tiene su moto y viene pensando en viajar y todavía no lo hizo mi recomendación es que no espere más. Que prepare la moto de la mejor manera que pueda y salga al camino, que no se van a arrepentir. La aventura los va a estar esperando.

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