Texto de Andrea Prodan
Actor, músico y hermano de Luca (fundador de Sumo)

En mi primera escuela, en Inglaterra, nuestro uniforme gris y rosada nos acomunaba a todos. A primera vista, ningún chico se distinguía de otro por su clase social o nivel económico. Éramos iguales.

Pero, cuando terminaba el trimestre, y llegaban los respectivos padres a buscar a sus pichones, las cosas se ponían calientes: la amplia rotonda que daba la bienvenida a quien llegaba a la enorme mansión se llenaba de automóviles.

Automóviles de todo tipo y color, pero siempre de alta gama: Rolls-Royce, Bristol, Rover, Jensen, Triumph y después... ¡mi padre!

Él llegaba con su Fiat 127.

A los 11 años algo así te puede quedar como un trauma de por vida.

Cuando mi padre -ex deportista, hombre cosmopolita y atentísimo al estilo-, decidió comprar una Fiat, nos pareció una elección bizarra. En un momento de extrema generosidad había regalado su coupé Lancia con motor Maserati a un grande amigo: el pintor Vittorio Alessi. La excusa era que ese auto solo le “daba problemas”. Mi madre no lo pudo entender.

Unos años después, nos robaron nuestra Alfa Romeo Giulietta GT Veloce en Milán. Supuestamente, la iba a heredar yo. Mala suerte.

Mario Prodan había tenido unas Triumph también y soñaba con comprarse una Morgan. Pero se compró una Fiat 127. Color cremita.

Vino a Brambletye, mi colegio de internados en el Sussex, desde Roma, a buscarme con una sonrisa grande como la de Neptuno en un día de sol en el Mediterráneo. Y se encontró con mi vergüenza. Con mi furia.

Este ritual se repitió en los siguientes trimestres. Imagino que la gente se iba acostumbrando. Ya éramos “Los Excéntricos Prodan”. Qué se yo: “Los Italianos”.

Mi padre nunca volvió a comprarse un auto “de lujo”. La suya fue una historia de amor, realmente incondicional: "¡Este autito nunca me ha defraudado! Es tan simple, tan inteligente en sus detalles… ¡se maneja que es un placer!"

Contaba de su amigo escocés, que era dueño de la única concesionaria Jaguar en Hong Kong. Lo primero que hacía un millonario en Hong Kong era comprarse un Jaguar. Modelo Type E, flamante XJS o clásico Daimler. Y eran todos unos desastres.

El mismo tipo dueño del concesionario le decía a mi padre: "Yo ni en pedo manejo un Jaguar. ¡Pasás toda tu día en el mecánico!"

El clima lluvioso, la sal sobre las carreteras nevadas de invierno, en fin: la vida inglesa sentenció la fiel 127 a muerte. Mi padre no tardó en comprarse otra Fiat. Aún más humilde: la Fiat Fiorino.

Pero esta es otra historia. Otra historia de amor.

A.P.

  • Relato publicado originalmente en el muro Facebook: Roma Prodan

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    VIDEO: "Que me pisen / Mi bandera" - Sumo

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    VIDEO: Luca Prodan, según Andrea Prodan

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