Texto de Renato Tarditti
Director de la Revista Miura

“Casi todas las discusiones son sobre el significado de las palabras. Y ninguna discusión termina nunca”. El otro día me crucé con esta frase en un tuit y me quedó grabada.

No es un tema novedoso, por supuesto: desde la Antigua Grecia (incluso antes), la relación entre las palabras y la realidad que nos rodea viene develando a los filósofos. A comienzos del Siglo XX hubo uno llamado Ludwig Wittgenstein que escribió un libro creyendo haber resuelto el problema en forma lógico-matemática (el famoso "Tractatus Logico-Philosophicus"), pero unos años más tarde dio una voltereta de 180 grados, abjuró de todo su trabajo anterior y propuso la teoría de “los juegos del lenguaje”, en la que establece que el significado de un término está dado por su uso.

¿Y qué tendrá que ver esta disquisición filosófica con los autos?, se preguntará el desprevenido lector de Autoblog.

Bueno, pasa que últimamente hay una tendencia en la industria automotriz –liderada por los cráneos del Marketing– que parece desafiar esta teoría. De pronto, ciertas palabras que tenían un significado bien definido (al menos en el uso de la gente), están siendo contorsionadas para encajar en la denominación de nuevos productos.

El término “coupé” por ejemplo, ya parece poder aplicarse a casi cualquier cosa con cuatro ruedas (no me sorprendería ver pronto un Furgón Utilty Coupe, que “combine la capacidad de carga de un furgón, con la deportividad y la deseabilidad de una coupé”).

Hasta Porsche, una marca que siempre se caracterizó por la racionalidad, desconcertó a todo el mundo poniéndole “Turbo” a algunas versiones de su flamante Taycan… ¡que es eléctrico y jamás podría tener un turbocompresor! ¿Turbo? ¿En serio? ¿Era necesario?

Pues pareciera que sí, porque hay una creencia de que con sólo denominar de determinada manera a un producto, este automáticamente capturará los atributos emocionales de la denominación. El mensaje subyacente por parte de las marcas parece ser: "No importa lo que realmente es. Importa lo que nosotros decimos que es".

Y eso nos lleva directamente al quid de la cuestión: el nuevo Ford Mustang Mach-E.

Cuando el benemérito C.C. me propuso escribir una “nota sobre el diseño del nuevo Mustang eléctrico”, me pareció que el nombre del auto era algo mucho más relevante que el diseño propiamente dicho.

Seamos francos: si Ford hubiese presentado “solo” un nuevo SUV eléctrico, no hubiese sorprendido mucho a nadie. Primero, porque la empresa viene declarando hace tiempo que concentrará su estrategia de productos en SUVs y pick-ups.

Segundo, que sea eléctrico es casi una obligación para bajar el promedio de emisiones de CO2 de todo el lineup y así evitar las fuertes multas que se vienen para las marcas que superen los límites establecidos. La verdadera sorpresa –que era un secreto a voces desde hace varios meses–, fue que el nuevo modelo tomó el nombre de producto más icónico de Ford, luego del Modelo T.

Entonces…

¿Es un Mustang?

La pregunta del millón tiene una respuesta simple: sí. Porque, a diferencia de otros términos mencionados como “coupé” o “turbo”, “Mustang” es un nombre propio, cuyo propietario es Ford. Entonces, si Ford dice que es un "Mustang", pues un Mustang será. Y hasta aquí la versión desde la legalidad.

Siguiente pregunta: ¿será aceptado como un Mustang? Bueno, aquí empieza un terreno controversial, que es el de la legitimidad. Porque Ford puede tener los derechos legales del uso del nombre, pero hay una idea asociada al mismo que ya es propiedad de la gente. ¡Y ahí reside justamente su valor!

La idea de Mustang es muy específica y está asociada a la esencia del auto deportivo estadounidense clásico: dos puertas, bajo, ancho, musculoso, rudo, rápido, con un largo capot que alberga un motor poderoso. Si es un V8, mejor.

Digamos que el nuevo Mustang Mach-E no tiene muchas de esas características escenciales. Y aquí radica la importancia de su diseño exterior, que para compensarlo retoma muchos de los recursos estilísticos del Mustang Coupé actual.

La forma de las luces delanteras y traseras y la silueta de la parilla son las más evidentes. Pero no dejan de ser en su mayoría recursos gráficos, como se les dice en la jerga de diseño: las cosas que se “dibujan” sobre la carrocería.

Por supuesto que el auto tiene muchos otros elementos más sutiles que lo “acercan” visualmente al Mustang Coupe, como la superficie del bajo lateral o el característico “hombro trasero” muy marcado. Pero insisto, no dejan de ser recursos superficiales que se aplican a unas proporciones que distan mucho de la idea de Mustang. ¿Si esos recursos se aplicaran en una Transit eléctrica, podríamos estar hablando de un Mustang Cargo-E?

Tiempo de tomar riesgos

La apuesta de Ford es arriesgada. Es indudable que está usando (¿sacrificando?) un nombre icónico –valiosísimo– en aras de generar un alto impacto emocional en los potenciales consumidores. No hay dudas de que en los cálculos estaba previsto que muchos puristas sintieran rechazo por la decisión (al menos un rechazo inicial).

Pero este es un producto que claramente interpela a las nuevas generaciones: esas que tienen una idea de lo que significa Mustang, pero menos sacralizada, y no tan arraigada en un pasado “glorioso” que -nos guste o no- ya no volverá.

Por eso, creo que la apuesta es legítima: la supervivencia de la empresa depende en buena medida de que la transición hacia los nuevos paradigmas de movilidad –empezando por la electrificación– sea exitosa. No es tiempo de guardarse nada bajo la manga y está claro que Ford tiró un Ancho de Basto en la primera mano. Veremos con qué cartas juega después.

Volviendo a las palabras, para cerrar, gracias a la controversia por el nombre, Ford logró que se hable muchísimo de este nuevo producto. No en todos los casos bien. Pero ya lo dijo el gran Oscar Wilde: “Que hablen mal de uno es espantoso, pero hay algo peor: que no hablen”.

R.T.

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