El 9 de noviembre de 1989, el empresario periodístico argentino Jorge Fontevecchia, heredero de la Editorial Perfil, vio por la televisión la caída del Muro de Berlín: la pared de seguridad de 155 kilómetros de extensión y 3,6 metros de altura que –durante 28 años- separó a Alemania Oriental de Alemania Occidental. Fue el máximo símbolo de la llamada Guerra Fría y de las diferencias políticas entre el bloque soviético y los países aliados de Occidente.
Ese mismo día, Fontevecchia tuvo una idea: traer un tramo del Muro de Berlín a la Argentina, para exhibirlo en público. “Pensamos que la caída del muro era un hecho de mucha relevancia para la libertad de expresión. Me pareció importante traer una parte del muro a la Argentina como símbolo y llamé al embajador de Alemania Oriental para preguntarle si era posible”, relató el empresario periodístico.
Una semana después, el Gobierno alemán le respondió a Fontevecchia. Aceptaban venderle 20 metros del tramo ubicado en la Plaza de Postadam, que en su lado Occidental había sido intervenido por artistas callejeros. A cambio, la Editorial Perfil debía donar 10 mil dólares para la construcción de una escuela en Alemania. La empresa cumplió y los bloques fueron entregados.
Lo realmente costoso, sin embargo, fue el traslado de los 20 metros del Muro hasta Buenos Aires. Fue una tarea que demandó 500 días, incluyendo el cruce del Atlántico en barco, y que contó con la participación de más de 100 personas. Cuando llegó a la Argentina, una parte del muro fue destruida por orden de Fontevecchia: los pequeños trozos de concreto –en bolsitas de plástico y con certificado de autenticidad ante escribano- fueron distribuidos entre los lectores de la Revista Noticias.
Lo que quedó del Muro de Fontevecchia se exhibió primero en la antigua sede porteña de la Editorial Perfil (Chacabuco 271) y ahora fue trasladado al nuevo edificio de la empresa, en California 2715.
Lo que pocos sabían es que, junto con los bloques del Muro de Berlín, el Gobierno alemán envió un regalo para Fontevecchia: un Trabant 600 Sedán. Fue el mayor símbolo automotor de la Alemania Oriental. Se fabricó entre 1960 y 1991. Era un vehículo de bajo costo, que se vendió en casi todos los países del bloque soviético.
Era un auto sencillo, pero con algunas soluciones ingeniosas. Por ejemplo, la carrocería era inmune a la corrosión: estaba fabricada en duraplast, un plástico de fibras naturales, confeccionado principalmente con restos de las cosechas de algodón. Tenía capacidad para cuatro pasajeros y un motor dos tiempos, con dos cilindros.
La unidad que llegó a la Argentina estuvo guardada durante casi 20 años en un depósito. Fue restaurada y acondicionada para exhibirla ahora en público. Se encuentra en el comedor de empleados de la Editorial Perfil.
El Trabant era el auto cero kilómetro más accesible de Alemania Oriental, pero sus compradores debían tener mucha paciencia: la entrega de una unidad podía demorar 10 años. El Trabant que llegó a la Argentina se exhibe hoy junto a un cartel que lo recuerda como “un símbolo del comunismo”.
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Así llegaron los 20 metros del Muro de Berlín a la Argentina.
Se expone en la sede de la Editorial Perfil, en California 2715 (Buenos Aires).
Fotos: Editorial Perfil