Texto de Jason Vogel
Nota publicada originalmente en VaDeRetro
Las calles brasileñas eran un tedioso mar de VW Escarabajo (Fusca), Passat, Variant, Ford Corcel y Chevrolet Opala, sin grandes variaciones de modelos. Así fue que, en el verano de 1979, comenzaron a brotar por aquí y por allá autos nunca antes vistos, con patentes con fondo negro y letras y números blancos, para sacudirnos la modorra. Fue una súbita y abundante marea de Peugeot 504, Renault 12, Ford Falcon, Chevy Coupé, Dodge 1500, Fiat 128…
Gracias al cambio favorable, los argentinos invadían nuestras playas con una división motorizada que recordaba al ejército de Brancaleone. Quien amaba los automóviles sólo precisaba recostarse en algún poste para pasar horas descubriendo tamaña diversidad, intentando identificar marcas y modelos. Muchos cariocas pudieron por primera vez ver de cerca el encanto anacrónico de los Citroën 3 CV (casi siempre repintados por jóvenes aventureros) o las elegantes líneas de un IKA Torino. En Copacabana llegó a aparecer un matrimonio medio hippie al volante de un antediluviano Ford T.
En aquel escenario, el periodista Paulo Cezar Guimarães escribió el reportaje “Rio, ciudad ocupada (por los argentinos)”, publicada en el periódico O Globo el 31 de enero de 1979. El texto describía a los recién llegados: “el gran número de Fiats, Peugeots y Renaults estacionados en las calles cariocas indica que la mayoría de los argentinos están viajando en auto a Brasil (…) Hay quienes prefieren subir por el Chuí (…) Otros vienen vía Foz de Iguazú (…)”.
La mayoría formaban grupos, según Guimarães, de dos matrimonios con cuatro o cinco niños. Les gustaba todo. Elogiaban el trato recibido por parte de los policías en las rutas y no se cansaban de mencionar la buena voluntad de los conductores en las ciudades -estos, habitualmente, se desviaban de sus recorridos para acompañar a los argentinos hasta un determinado lugar-.
Los visitantes tenían pocas quejas: la falta de combustible azul (la nafta de bajo octanaje brasileña afectaba el rendimiento de los autos argentinos, comentaban), la escasez de señales de tránsito y el hábito carioca de no respetar los semáforos.
Aquél reportaje permite imaginar los tiempos de los restaurants como Castelinho y Barra 1800 repletos de argentinos, paulistas y gaúchos. La zona de Arpoador era el point no sólo de turistas, también de los motociclistas locales, como este material deja entrever: “Indiferentes, los cariocas continúan tomando “chopinho” y acelerando sus valientes Kawasakis 1000, Suzukis 500 y Hondas 500 Four”.
¿Y el hospedaje? “En el camping de Recreio hay más de cien argentinos agrupados por familias, en carpas o casas rodantes (…)”, contaba el cronista. Sí, también era común ver veteranos ómnibus Mercedes trompudos (L312) transformados en casas rodantes. En materia de viajes terrestres, los “hermanos” siempre nos pegaron un baile.
El turismo de la “Plata Dulce” y del “Deme Dos” duraría otros dos veranos hasta que la política económica de la Dictadura Militar entraría en colapso -aunque los autos que pasaron por Brasil entre los veranos de 1979 a 1981 jamás serían olvidados por los locales-. Una invasión parecida, se volvería a ver durante la Copa del Mundo del 2014.
Fotos: Ricardo Beliel (Rio de Janeiro) y Agência O Globo Florianópolis.
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