Texto y fotos de Carlos Alfredo Pereyra

En anteriores notas ya hemos dejado muy en claro quién es Pablo Bonetto (ver sección especial). Un gentilhombre que con el paso de los años sólo mejora. Es mejor profesional, es mejor profesor, es mejor artista; y por supuesto, cada vez mejor persona.

Su generosidad se expresa en su obra y en su proceder, así que esta nueva oportunidad fotografiando su última producción ha sido la excusa perfecta para seguir hablando de los autos que nos gustan, y sobre la época en que estos y sus pilotos reinaban.

Su Lola T 210 habla por él, por eso aguardamos todo el verano para ver este coche terminado. Lo habíamos anunciado aquí. ¡Y vaya que la espera valió la pena!

Con Pablo nos gusta conversar sobre diseñadores, constructores, autos y pilotos; especialmente quienes perpetuaron su obra entre los años 60 y 70. Todos ellos pertenecen a una especie ya extinta, puesto que ninguno tendría posibilidades de desarrollarse así hoy en día. Los reglamentos de hoy, la tecnología que se ha alcanzado, y la seguridad en autos y circuitos hacen inviables a los formidables testimonios de historia automovilística que son materializados por Pablo.

Es que su intervención de experto te deja con la boca abierta, se trata de una interpretación artística y tecnológica a la vez. Cada pieza resume la vida deportiva y post competencias de estos coches, cada maqueta es una síntesis de los innumerables vestidos o configuraciones que esos chasis mostraron en cada batalla en cada circuito por aquellos años.

Llevan la impronta de Bonetto también; aquí aparece su enorme talento de diseñador, ya que ciertos detalles son omitidos y otros están deliberadamente exagerados. Las que prevalecen son las líneas de carácter, y para que estas se luzcan, pues no tienen que haber detalles superfluos o soluciones improvisadas que se introdujeron en tal o cual circuito o año.

Sus autos muestran su esencia, no son testimonios de circunstancias particulares, ni lucen desgastados, envejecidos o chocados. Se muestran, tal vez, como nunca lo hicieron; casi como en una fantástica idealización; pero a la vez evocan con justicia al modelo representado.

Este Lola T 210 se vio en las carreras del Campeonato Mundial de Sport Prototipos animando el Grupo 6 desde 1970 al 75, ganó 28 carreras, y entre los gladiadores que lo pilotaron podemos citar a Ronnie Peterson, Jo Bonier, Helmut Marko o Alain De Cadenet.

Entre los argentinos fueron Jorge Omar del Río, Nasif Estéfano, Jorge Cupeiro y Carlos Ruesch, por citar algunos. Para ver cómo se posicionaban nos remitiremos a los trágicos Mil Kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires de 1971.

En esas citas internacionales era usual que se armaran parejas entre pilotos extranjeros y los locales, y cabe destacar que en los diez lugares por delante de estos pequeños Lola solo llegaron los monstruos del momento: Porsche 917, Ferrari 512 M, McLaren y Alfa Romeo, todos pertenecientes a una categoría superior.

Tras casi cinco horas y media de carrera hicieron los 1000 Km, dándole 165 vueltas al circuito 15 del Gálvez. Calculen las velocidades promedio. Y lo hicieron además esquivando durante varias vueltas un infierno a la entrada de la recta principal: el choque del Matra de Beltoise a la Ferrari de Ignacio Giunti, y la muerte de este último en la pista.

Sangre y fuego. Era una época donde salías a enfrentar al toro, y no sabías si volvías. Fue el día que mi viejo eligió para llevarme por primera vez a un autódromo.

Era el tiempo de chasis construidos tipo monocasco de láminas de aluminio. Este prototipo era un exponente de cómo se podía hacer todo eso en apenas 3450 mm de largo, un ancho de solo 1670mm; y un entre ejes mínimo de 2155mm.

El auto pesaba 550 kilos y lo movía un motor Ford Cosworth FVC de la Fórmula 2 de entonces, con 1800 cc de cilindrada, normalmente aspirado, derivado de un Ford Cortina. Eran cuatro cilindros con block de hierro y tapas de aluminio, cuatro válvulas por cilindro y unos 245 hp de potencia a 9000 rpm.

Alrededor del piloto se disponían dos tanques de aluminio conteniendo 90 litros de combustible, y el cockpit era ínfimo, por supuesto. Había que accionar manualmente una caja Hewland de cinco marchas, y tener muchas agallas, ya que uno puede apreciar en la forma de este coche, que casi no había (salvo la misma carrocería) superficies aerodinámicas para ganar grip.

Casi todo el agarre se lograba solo con el contacto de los neumáticos. Adelante eran muy pequeños: 4.8/10.2x13 y los traseros: 5.9/13.8x13. Esta era la fórmula simple, un poco de contacto con las gomas y un nivel de audacia y habilidad rayano con la locura.

El diseñador/constructor intuía, y el piloto interpretaba. Ambos confirmaban. Con ese feedback se perfeccionaba el coche.

En nuestras conversaciones con Bonetto solemos referirnos a la efectividad de la forma, y que los autos de antes eran una gran propuesta que, a veces, resultaba exitosa. La fortuna solía estar repartida y de vez en cuando uno distinto ganaba. Era una combinación donde quizás prevalecía más el piloto, otro tanto las circunstancias, y donde los chasis y motores estaban todos muy parejos en su concepción.

Particularmente lo que seduce de este Lola T 210 es su vista superior asimétrica, también sus formas muy lanzadas y estilizadas, a pesar de sus acotadísimas dimensiones. Lo atractivo para mí es tomar imágenes de autos sport o de carrera donde la forma es pura, ya que devuelven la luz de una manera más franca. Hoy lucen llenos de repulgues y superficies que han sido determinados por un ordenador en la simulación de flujos aerodinámicos. No es atractivo. Se entiende y se acepta; son las premisas tecnológicas de la competición actual.

En la representación que hemos fotografiado, la escala es 1:10, y como mencionábamos anteriormente, se ha destacado la forma por encima de otros detalles técnicos. El vano motor aloja una volumetría monocromática que representa al propulsor en sus partes más destacadas, lo mismo que en el cockpit.

Para acentuar lo espartano y habitual en autos de carrera de aquellos tiempos, bastan con unos pocos elementos donde destaca el tacómetro, y los comandos de dirección y caja. La decoración responde al momento actual de estos chasis, de los cuales se fabricaron 16 unidades (no sabemos cuántas sobreviven) Este particularmente luce como perteneciente a la Scudería Filipinetti suiza, y es habitué de los festivales de velocidad reservados para clásicos.

Espero que pronto tenga otra oportunidad para traerles un nuevo trabajo de Pablo Bonetto, y que más allá de su enorme talento para hacer vehículos a escala, lo que se vea sea algún modelo que pueda construirse y rodarse, sea en las calles o en los circuitos. Brindemos porque así sea.

Freddycam

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VIDEO: Lola T 210 – Spa 1972

Galería: El Lola de Pablo Bonetto

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