Escribe Jerónimo Chemes
Fundador de La Chata Solidaria
www.lachatasolidaria.com.ar
* Escena 1: Cenando en una pocilga del pueblo, base de entrada, luego de más de mil kilómetros de viaje, con mares de agua cayendo del cielo, se nos acerca de la nada una persona y nos dice claramente: “No se puede entrar, no hay forma. Ni con doble tracción.”
* Escena 2: Mientras cenábamos, suena el celular de Carlos. Lo mira, sube la vista y hace una pausa. Era el sonido del recordatorio. Hacía un año, en ese momento, estábamos viendo derretirse a nuestra Ranger en la Panamericana. Ese día lloramos abrazados.
* Escena 3: Desayunando antes de entrar, el diario decía los milímetros de lluvia caídos el día anterior. Si promediábamos todos los lugares donde queríamos ir, daba casi 300 mm (sólo en uno 135mm). El año anterior llovieron 100 mm y se terminó quemando la camioneta: 300mm, sin contar lo que llovía en esa mañana ni lo que llovería todo el día y la noche.
* Escena 4: Comprando las últimas provisiones, otra persona en moto se nos acerca y nos dice: “No se puede entrar. No vayan.”
* Escena 5: Gendarmería andaba en un Unimog, con pantaneras de tractor.
Mi parte racional analizó una y otra vez las variables externas y la cuenta daba siempre igual: “Ni en pedo”.
Pero antes de acostarme salí solo, un minuto. Me aparté. Miré bajo la lluvia a las tres Ford Ranger y la Azul. Mi querida y amada Azul. Además, sabía que contaba con un equipo de tipos que están hechos de otra cosa. Pero de otra cosa en serio. Incluso a los nuevos les tenía una fe ciega.
Trescientos milímetros de agua que caen del cielo no es lluvia. Es Dios que está llorando de tristeza.
Respiré profundo. Y volví a sacar la cuenta. Me volvió a dar “ni en pedo”.
Pero esta vez fue “ni en pedo nos quedamos ahí”. Porque nuestro “nunca esperen poco de nosotros” lo llevamos en el corazón y la sangre.
El resultado fue que cruzamos el Impenetrable de Este a Oeste y de Norte a Sur. Casi 700 kilómetros de barro demencial, por senderos intransitables y caminos derretidos. No es que “había barro”. Directamente no había piso en la mayor parte del recorrido. De los seis días de viaje, llovieron cuatro. De esos cuatro, dos fueron baldazos de agua.
Pero, repartimos casa por casa, en la mano de la gente, de noche y de día. Porque somos La Chata Solidaria. Y no nos rendimos nunca.
Bienvenidos al Viaje 16 de La “Lancha” Solidaria.
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La vuelta casa por casa, entregando donaciones en la mano de la gente, es la esencia de La Chata Solidaria. Nacimos así. Tenemos claro que lo que dejamos es una ayuda temporal. Cuando a la gente se le termina lo que le dejamos, vuelve a su estado primitivo. Por eso desarrollamos el proyecto del colegio, que es a muy largo plazo y viene funcionando bien (leer más).
Pero ustedes no pueden imaginar el abandono que nosotros vemos. La desesperación. La resignación. La gente sólo tiene a Dios. Literalmente. No tienen nada de nada, pero de nada. Viven en otra época, en la prehistoria. Ellos tienen problemas prehistóricos:
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Los animales se los comen a ellos y a sus hijitos. Nosotros conocimos gente que fue comida por un puma.
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El acceso a la salud es nulo. Vos te enfermás, lastimás o te ataca/pica algo en el monte y estás muerto. Conocemos gente que le cortaron el brazo con un hacha, para salvarle la vida. Aunque logres llegar a algún lugar, es casi imposible que alguien te atienda.
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No sólo no hay agua, sino que la gente junta la lluvia en aljibes (los que tienen) o con pozos en la tierra. Obviamente, esa agua se pudre. Pero es lo que toman. Si es que llovió.
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La gente no come comida. No comen lo mismo que nosotros, que vivimos en las ciudades. Algunos tienen cabritos para consumo propio. Otros cazan. Algunos pescan lo que está en el río. O comen unas cosas que caen de los árboles, que no recuerdo como se llaman.
La lista de atrocidades es eterna. El abandono se mide en lágrimas. La desesperación se mide en universos. La gente no espera nada. Saben que la Humanidad se olvidó de ellos. Sólo tienen a Dios.
Y a la Chata Solidaria. Por eso entramos igual. Por eso nos jugamos la vida. Porque cuando vos le das un alimento a alguien que no come, un trago de agua limpia a quien tiene sed, una zapatilla a un niño por primera vez en su vida, lo que hacés no es la acción en sí de darle un producto.
Lo que hacés es darle Humanidad. Lo que hacés es decirle a esa persona abandonada en las profundidades del infierno que es alguien y que hay mucha gente que no se olvida de ellos.
Y esa gente son ustedes. Todos los que aportan anónimamente y las dos empresas que nos apoyan aún sin que seamos una ONG. Por eso nosotros ya volvimos de donde la gente normal dice que no se puede entrar. Por ellos. Sólo por ellos. Todo por ellos.
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El Antes
Sobre las Ford Ranger y lo que les pasó, habrá una nota más adelante. Esa nota va a traer ruido. Como le dije a Ford Argentina primero y ustedes saben bien, van a saber la verdad. Y cada uno juzgará.
Sólo les adelanto una cosa. No esperen un test. Esperen a La Chata Solidaria con cuatro pick-ups, torciendo el curso de la historia. Lo que pasó marcará un nuevo estándar de ingeniería en camionetas. No me escriban más mails, por favor. Esperen la nota y cada uno juzgue por sí mismo.
Cuatro días antes de salir, golpean el portón del galpón. Una señora traía comida “para la gente del Chaco”. En un remís típico del Conurbano profundo, un 504 a gas, destrozado. La ayudo a bajar todo. La recibo, la hago pasar, le muestro las chatas, charlamos, lo de siempre. Ayudo a poner en marcha el viejo Yeyo, empujándolo y el tipo se va.
Le pregunto a la señora cómo se iba a volver y me contestó: “Sólo me alcanzaba para venir. Me vuelvo en colectivo. Yo no tuve para comer y sé lo que se siente. Lo poco que tenía lo usé en comprar y traer. Yo me arreglo”. De ninguna manera. Después de 15 minutos de tratar de convencerla, acepta que la lleve en una de las Ranger a la casa. Íbamos hablando de la vida. Era lejos. De repente, me dice: “Pare acá nomás, yo me bajo”. No era su casa. Le insisto. “No. Esta camioneta no es para entrar donde yo vivo”. Insisto. Me contesta: “No quiero que le pase nada. La camioneta no me importa, pero usted sí”. No hubo caso. No quiso. Le di mi palabra de que haríamos valer su esfuerzo. Se fue caminando. Me puse a llorar.
Tres días antes de salir: teníamos en el galpón lo que se juntó en todos lados. Saco la cuenta y se llenaban apenas dos chatas. Cometimos un error. Pedimos, como siempre, por los canales de siempre, pero en vez de dos esta vez teníamos cuatro chatas. Faltaban tres mil kilos para completarlas. Imposible ir así. Hice dos llamados y de repente me sonó el teléfono. Era Guada, de Megatrans, la empresa que nos da el rastreo satelital de la chata Azul, la Gris y mi Ranger, para preguntarme algo.
Le conté lo que me pasaba. Ella sintió mi angustia. Cortó. Me llamó a los dos minutos. Al día siguiente estaba en las oficinas de ellos, reunido con tres gerentas y la presidenta de la empresa. Les conté. Se miraron. Hicieron un llamado. Al día siguiente estábamos buscando más de 2.500 kilos de comida que compraron en un mayorista. Nos salvaron la vida. Nos salvaron.
Gracias Megatrans por confiar con los ojos cerrados, sin preguntar nada ni recibir nada formal a cambio (recordar que estamos recién en trámite para ser ONG).
Ajústense el cinturón, agárrense fuerte, pero bien fuerte y tengan los dientes apretados, al punto que les duelan las encías. Porque desde este momento se sientan en el asiento del acompañante y van a tener el mismo miedo que tuvimos nosotros.
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El Adentro
Este viaje fue un infierno. Cada metro que avanzamos costó vida. Nunca tuvimos tanto barro, durante tanto tiempo.
La palabra de casa por casa es inclaudicable. Pero no es una “forma de decir”. Es, literalmente casa por casa.
El tema es que llegar a las casas es muy complicado, cuando no imposible. Las chatas muchas veces las metemos por senderos tan cerrados que abren con la trompa los arbustos, siguiendo una huellita de pisadas o bici, sin saber qué hay del otro lado. Pasión. Amor. Compromiso. Y torque a 700 rpm.
El monte finalmente se rinde y pasamos rayando todo. Y cuando el monte se rinde, se abre un claro que en el medio tiene una choza de la prehistoria. Pero de la mismísima prehistoria. Con niños que no es que son carenciados. Son el cuadro mismo de la desesperación. ¿Se acuerdan de la famosa foto del niño africano desnutrido, con el buitre atrás?
Bueno. Acá no hay buitres, porque tienen miedo. Pero la imagen es la misma y atrás podés poner un puma, un chancho salvaje o lo que quieras.
Al llegar a las casas, los que no nos conocen están distantes. Ahí baja uno solo de nosotros, para que no se sientan invadidos y hace “la ceremonia”. Das la mano y decís tu apellido antes que nada. Les explicamos que somos de Buenos Aires, que venimos de muy lejos y queremos dejarle “mercadería” que “gente buena de todo el país” les manda para que estén un poquito mejor. Y que no queremos nada a cambio. Recién ahí se relajan un poco. Les preguntamos cuántos son y el equipo que quedó en las chatas baja cosas específicas, como monitos trepados en las chatas, buceando por el despelote de mercadería desparramada.
Cuando les damos las cosas, la gente sencillamente no lo puede creer.
Los niños, al recibir juguetes es un momento desgarrador, los ojos se le salen de las órbitas del asombro. Los ojos emiten una luz que es el origen del Universo. Se llama felicidad.
Los niños en el Impenetrable no están al tope de la cadena alimenticia, como en nuestras ciudades. Es así de brutal. Porque los niños del Impenetrable son anónimos. Son invisibles. Nadie sabe que están. Sólo sus padres, que dejan la vida para cuidarlos.
Como el niño Néstor Femenia, ¿se acuerdan? Que se hizo famoso porque los papás lograron llevarlo a Resistencia y murió en un hospital. Y los muy malvados pusieron que murió por “enfermedad”, así no engrosaba las estadísticas. Todos se olvidaron ya de ese niño.
Pero nosotros, no. La Chata Solidaria es el hambre de cada niño. Pero el niño no viene a nosotros. Nosotros vamos a él. Desde el puesto donde vivía Néstor, nosotros entramos 300 kilómetros más adentro.
Los que vivimos en las ciudades nos horrorizamos (y así debe ser), porque lamentablemente de vez en cuando en las noticias muere un niño en una situación violenta.
Pero al público no se le mueve un pelo si un niño del Impenetrable es comido por un animal o muere de desnutrición. Pero a La Chata Solidaria, ustedes y las dos empresas que bancan esto, sí se nos mueve todo. Sí nos importa. No queremos que pase. Elegimos creer. Elegimos saber que pasa. Elegimos luchar contra el maldito abandono y desidia. Elegimos llenar las chatas no con cosas, sino con esperanza.
Pero además están los viejitos. Así como Argentina no honra a sus soldados, tampoco honra a sus viejos. En el Impenetrable, los viejitos están vencidos. Parecen tener 1.500 años. Muchos si apenas se levantan de la silla. La desnutrición es evidente. Cuando se mueren, los entierran en el monte o en tumbas NN. Es como que no están. No existieron.
Pero hay una característica desgarradora común a todos. Ellos tienen la mirada vencida y los pies destrozados y deformados. Sus ojos se pasaron toda su vida tratando de ver una dignidad que nunca llegó. Sus cuerpos quedaron deformados por un alimento nutritivo que nunca llegó. Sus piés se deformaron de tanto caminar buscando una esperanza que nunca llegó. Hasta que llega La Chata Solidaria. Y aunque tardíamente, les deja un simple alivió que jamás tuvieron en su vida.
Fuimos también a los restos de la casa y la tumba del viejito fallecido que más me marcó. Los nuevos querían ver por ellos mismos. El rancho se está viniendo abajo, de a poco. La cara de los nuevos al sentir ese lugar se deforma. Es terrible. Y eso que yo en lo personal fui no sé cuántas veces. Todavía lo puedo sentir, ahí sentado, en silencio, sin poder hablar, tratando de ver con esos ojos nublados y entender que eran “esos muchachos que vienen en camionetas y me dejan mercadería”.
Como saben, murió en el abandono más irracional que puede existir. Pero el vivirá en el corazón de La Chata Solidaria para siempre. Perdón mi amigo por no poder haber sido mejores. Te extraño. Me marcaste para siempre.
No tiene sentido el detalle fino de los días, pero lo destacado se resume así:
* Día 1: 1.300 kilómetros de asfalto, 400 con lluvia torrencial.
* Día 2: 300 kilómetros de barro enfermante, incluso ya de noche tarde. Queriendo llegar a Pompeya con el acceso derretido, se largó una tormenta épica que el agua no dejaba ver la trompa. Veíamos las luces del pueblo y tardamos un siglo a paso de hombre, con las Rangers cavando túneles en 4H en tercera, a 900 rpm, con los kilos atrás. Lo que le dimos a esos motores dará que hablar a las casa matrices de las terminales, pero de eso hablaremos en otra nota. No llegábamos más. Al día siguiente, me reuní con una persona con la cual estoy analizando un proyecto nivel La Chata Solidaria (no voy a adelantar nada, en febrero vuelvo a viajar a reunirme de nuevo y ver gente en la selva) y me dijo: “Ustedes están locos de remate hermano, de remate. Yo estaba en XX, ni loco entraba hasta dentro de tres días. Pero escuché que los de La Chata Solidaria entraron y me mandé. Vine por la huella de ustedes, que encima vinieron por el peor camino para llegar, nadie lo usa, todos van por otro lado”. Pregunté: “¿En que venías y cuantos kilos traías?”. Me respondió: “Vacío, en baja, en segunda”. Cuando le dije que la huella la hicimos en tercera de alta con 1.700 kilos arriba, no me creyó. Le tuve que mostrar la GoPro. Se agarraba la cabeza con dos manos. Ese día, después de nosotros, entraron solo tres chatas. Y vinieron por nuestra huella.
* Día 3: 130 kilómetros de barro, lluvia medio día. Nos advirtieron varias veces sobre la presencia de yacarés en las lagunas, por la gran cantidad de agua. Vimos las marcas de las garras del temible oso hormiguero en un árbol y nos cagamos todos.
* Día 4: Unos 300 kilómetros de barro, llegamos al final del Impenetrable en el Norte. Y, ya que estábamos y había motor, pasamos a Salta, para luego bajar al colegio a dejarles el morfi y dormir en el pueblo de salida.
El colegio esta hermoso. De hecho, Matías, que nunca había ido, quedó asombrado y me dijo “Parece un colegio rural bueno, de la provincia de Buenos Aires”. A lo que le contesté: “Deberías haberlo visto la primera vez”. Obvio, les bajamos el morfi, ¿pero saben quién vino corriendo?
Seeeee, ¡Maurito!
Ese nene yo lo vi apenas lo dejaron. Era la representación más perfecta del abandono y la desesperación en todo el Sistema Solar. El niño no tenía salida, iba camino a ser otra historia de abandono de las millones que viven en el eterno silencio del Impenetrable.
Tanto o más trágica que la de la Niña de los Ojos Eternos, que jamás será publicada. La humanidad no está preparada para los niveles de crueldad que enfrenta La Chata Solidaria. De hecho, más de una vez tuve que parar en las charlas privadas, porque la gente se descompone.
Lo que primero pensó la gente al leer la historia de Maurito fue querer adoptarlo. Es decir: sacarlo de al lado de su abuelo, para darle una vida mejor. Eso era lo más “fácil”.
Pero llegó La Chata Solidaria a la vida de Maurito. Y como en nuestro diccionario la palabra “fácil” la reemplazamos con la palabra “torque”, decidimos que sin sacarlo de su entorno, le daríamos una vida digna y mejor. Y hoy tiene educación, juguetes, ropa y alimentos dignos. Todo ahí.
La anécdota de color es que, por imbécil y cabeza dura -me avisaron y porfié-, le pifiamos a un desvío e hicimos 100 kilómetros de más, al “divino botón”.
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Para Cerrar
Les quiero decir: en diciembre pasado estábamos desesperados, solos y quemados (literalmente). Los miles y miles de mensajes de apoyo y cariño nos sostuvieron. Después apareció Ford Argentina, para darnos la herramienta y continuó Megatrans, con quienes -además de los satelitales y el morfi salvador-, estoy tratando de “cocinar” algo muy difícil de hacer. No adelanto nada. Porque es casi imposible. Viajo de vuelta en el verano, a evaluar. No se hagan ninguna esperanza.
Si ustedes nos siguen apoyando, Ford y Megatrans se siguen arriesgando, y sumamos más empresas, se viene La Chata Solidaria Versión 2. Vamos a ser ONG, lo que nos permitiría -si lo logramos-, recaudar más y hacer más viajes y más obras. Digamos que estos 16 viajes, tres obras y miles y miles de kilómetros de ruta y barro salvaje son sólo el 10% de lo que podemos hacer si nos ayudan.
Porque, si nos va bien, podemos crecer mucho, pero mucho y ser “grandes”. Pero nunca jamás de los jamases, perderemos la esencia.
Yo fundé La Chata Solidaria en 2008. Fue sin quererlo, al cruzar el Impenetrable yo solo, en una F100 1974 con Perkin´4 (si no lo escriben así, le digo a C.C. que borre el comentario), sin tacos de barro y con tracción simple, repartiendo casa por casa en la mano de la gente, de familia a familia. Hoy, 16 viajes, tres obras después, miles de seguidores atrás, con Ford y Megatrans, seguimos siendo lo mismo: un grupo de gente que está dispuesta a no volver por llevarle un paquete de fideos a una persona que vive fuera del Sistema Solar.
Esto no es joda. Es La Chata Solidaria.
Nunca esperen poco de nosotros.
J.Ch.
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En la mano de la gente.
Y así deja su marca el oso hormiguero, cuando afila sus garras.
La Chata Solidaria no puede solucionar todo. Pero puede dar una mano.
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Agradecimientos
- A todos los que trajeron mercadería y depositaron dinero.
- Megatrans, por los satelitales y por producir un milagro.
- Ford Argentina, por darnos tiempo y escuchar (además de darnos las chatas).
- Víctor Materia, que siempre nos da tanto que emociona.
- A mi camada ‘72 de CUBA, que me trajo de todo, pero sobre todo reencuentro.
- A las camadas ‘72 de Hindú, SIC, Casi, Alumni, Champagnat, Belgrano Athletic, Pueyrredón y Newman, por el aporte de cosas en el encuentro.
- Dimare, por los juguetes Blocky y demás nuevos, en paquete para los niños.
- New Balance Argentina, por seguir dando zapas maravillosas.
- Grupo de Roller ZN, por la colecta.
- Provincia Seguros (Lorena), que a pesar de todo se puso las cosas al hombro y entre sede Capital y La Plata juntaron mucha mercadería.
- Lore (“la farmacéutica”), por los medicamentos (es farmacéutica de verdad, aclaro)
- Mamás del STJ, por no aflojar nunca.
- PAE, Bruno por no dejar que decaiga.
- Masterfix (Gustavo) y Georgie de AAB de Rosario, porque pusieron su local y su casa a disposición para recolectar.
- U15, por existir y saber todo de las Bronco y Serie F norteamericanas.
- Matías de U15, que siempre nos da una mano enorme y pone su chata para ir a los centros de recolección y traer todo al galpón.
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