Texto de Federico Kirbus
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Aquella madrugada presagiaba una jornada preciosa y calurosa. Era el 5 de agosto de 1888, cuando Frau Bertha Benz, con la ayuda de sus dos hijos Eugen, de 15 años, y Richard, de 13, empujó el Patent Motorwagen Nummer 3 terminado poco antes por su esposo Carl, para sacarlo subrepticiamente del patio del taller en la ciudad de Mannheim y ganar la calle sin despertar a nadie en la casa, ni tampoco a los vecinos.
Comenzó así el primer viaje en automóvil de la historia. La señora Benz era oriunda de Pforzheim, distante 106 kilómetros y destino de la excursión.
Fue un viaje lleno de imprevistos. A cada rato había que detenerse junto a algún pozo de agua para reponer el líquido de enfriamiento del motor que se iba evaporando. Los pocos repuestos y las herramientas que necesitaba, las llevaba doña Bertha encima: con una aguja que sujetaba su sombrero pudo limpiar una manguera para el combustible. Y con una liga de goma de sus medias ató otro conducto que perdía líquido.
Pero el mayor problema era la reposición de combustible. Bertha Benz se detuvo frente a la droguería del pueblito de Wiesloch, que aún existe, para comprar bencina blanca para limpiar. La sustancia se llamaba Ligroin, tenía una alta volatilidad y se usaba por esa razón para motores de explosión.
Cubiertos de polvo, los tres excursionistas llegaron esa noche a Pforzheim, desde donde Bertha envió un telegrama a su marido comunicándole el feliz arribo a destino. Tres días después, Bertha Benz retornó por un itinerario diferente.
La farmacia de Wiesloch, convertida en el primer surtidor, aún funciona. Frente al local, una escultura alegórica hace referencia a aquél Motorwagen que allí se detuvo para reponer combustible.
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