Pocos recuerdos son tan vívidos e imborrables como nuestros primeros pasos detrás del volante. Verano de 1979, 12 años de aquellos años de pubertad analógica. Me encontraba resistiendo la innegable realidad de abandonar Matchboxs, Tomicas, Jets o Bubys junto a ello, la adicción de crear e imaginar historias y personajes cuyo único objeto material era un auto en escala. Sin vergüenza, puedo confesar que luego de aquellos primeros asaltos iluminados por latas con papel celofán y disc jockeys improvisados arrastrando vinilos sobre la bandeja del centro musical del vecino que pusiera la casa, al llegar a mi hogar y mientras maduraba el fracaso de los primeros besos que no pudieron ser, solía encontrar en la intimidad de mi cuarto ese mágico paréntesis donde resistir, de alguna manera, aquél tiempo de revolución hormonal y psicológica aferrándome a mi leal colección en 1:64.

Había que trazar un puente entre aquellas minúsculas maravillas y nuestro primer auto, teniendo como inevitable mojón la obtención del registro. La respuesta estaba en el garage de casa, en los autos de la familia, el auto de los viejos. Primos mayores o tíos cercanos nunca fueron descartados, pero el punto de partida estaba a metros de mi cuarto, por entonces en la planta baja. El pasaje duraría unos 5 o 6 años entre el abandono definitivo de los juguetes y la habilitación plena para comenzar a disfrutar en libertad de alguna movilidad propia o ajena. En mi caso, como el de muchos, inesperadamente no fue así.

Fue en aquél verano en el que di mi primer paso. Los viejos tenían unos amigos en la ciudad de Mercedes y el ritual de la visita cerraba con un asado en el parque municipal. Luego de una larga sobremesa y mientras maduraba la siesta -hasta que la cuidad entera comenzará su “vuelta al perro”, por el trazado ribereño- mi viejo que vendría observando mi monumental aburrimiento, hizo un gesto y me pidió que lo acompañase. Al llegar al auto, entre sorpresa y emoción, sin siquiera entender bien de qué se trataba, me encontré de repente en el lado izquierdo del asiento, por primera vez tras un volante. Magro el desafío, se trataba de un Dodge Coronado con caja automática. No sé si fueron una o dos vueltas al predio, pero para mí fue una serie entera del WEC.

Pasaron unos meses y no sé cómo ni cuándo, pero me animé a probar una fórmula que confirmaba aquellos segundos pasos. Los viernes por la noche, papá había adquirido el compromiso de asistir a las reuniones de comisión del Club. Mamá se sumaba y, junto con otras esposas y amigas, compartían una partida de canasta. La rutina era siempre la misma, ambos dejaban la casa en el auto del Viejo, saliendo siempre sobre la izquierda hacia al paso a nivel, el camino más corto. El auto de mamá era un Citroën 3CV, que normalmente quedaba en la cochera: un pasillo largo de unos 30 metros de recorrido. Una vez que me aseguraba que ya habían cruzado la calle Vergara, comenzaba el ritual: abría el portón completando unos 40 o 45 metros, lo cual era para mi la recta de Hunaudieres y por al menos una docena de veces completaba la trayectoria esperando tomar coraje para dar la vuela a la manzana (lo cual nunca sucedió). Confirmando que la excepción hace a la regla, hubo un viernes en el cual un ligero cambio de planes hizo que aquel día fuese en realidad la verdadera rampa de largada.

Mismo horario, mismo destino con un giro inesperado: en lugar de ir directo, papá pasó a buscar a un amigo, saliendo hacia la derecha y volviendo sobre la misma calle de casa unos 15 minutos más tarde. Fue tiempo suficiente para atraparme saliendo marcha atrás sobre la bajada del garaje. Lo vi venir, bajó la velocidad, se detuvo unos segundos frente al portón y luego siguió su derrotero sin ninguna otra señal. Ni en aquella primera noche ni en los días subsiguientes se tocó el tema. Como si nada hubiera acontecido. Ningún hecho irregular que mencionar. No sólo no hubo reto, sino que no hubo siquiera una ironía, mensaje o sermón.

Vivíamos en un barrio de Hurlingham y, como en toda localidad suburbana, había en las cercanías un taller especializado en Citroën. Si tenías un coche Rana, ningún mecánico de autos “normales” le metía mano: había que caer en el “Citronero” de turno.  El nuestro estaba a unas diez cuadras, en el fondo de una casa donde un señor acumulaba una media docenas de Amis, Meharis y otras versiones Azam. Entre ellos se encontraba el de mamá. Acompañé al Viejo a ver el estatus de la reparación, seguramente sería un reemplazo de un semieje (el superior, porque los inferiores los cambiábamos en casa). El auto estaba listo y ante la pregunta del dueño del taller acerca de quién lo retiraría, el Viejo muy seguro y sin pensarlo mucho, le respondió: "Él", y me señaló. En ese mismo instante entendí qué era el estoicismo. Ni una mueca, ni una risa nerviosa o un gesto de duda. "¿Te lo saco yo o lo sacás vos?", preguntí. "¡Lo saco yo!", respondí ya sentado al volante. Los pasillos largos y marcha atrás eran mi especialidad. Fui detrás de su Coronado cruzando las esquinas con mucho cuidado y muy concentrado en conservar mi mano. Fue un hecho natural, ningún ejercicio intelectual fue necesario, ni un consejo, sugerencia o corrección. Una suerte de habilitación implícita para no sólo dar la vuelta manzana, sino comenzar a hacer experiencia, acompañar a mamá a hacer alguna compra o ir a la casa de algún amigo, siempre sin cruzar vías o avenidas. Siempre cumplí. No hicieron falta advertencias ni amenazas. Papá sabiamente me había empujado más allá de mis propios limites y, desde entonces, fue siempre él quien me fue moviendo la vara.

Mamá sólo condujo Citroën. Primero tuvo un 2CV, un Mehari y luego un 3CV, que luego fue oficialmente mi primer auto. Recuerdo que tendría unos 14 años y papá tuvo que hacer un viaje a Salta. Por alguna razón, el auto de mamá no estaba en casa y quedé habilitado como chofer oficial de la familia, quedando a cargo del Ford Corcel II Belina de papá. Por algunos días, llevé a mamá de compras, a mis hermanas al colegio y de pasada alguna visita a lo de algún amigo. Otra vez el Viejo había corrido los límites. Por aquél tiempo, se estaba construyendo la Autopista del Buen Ayre, la cual se iba habilitando por tramos: preciosa oportunidad para desarrollar habilidades conductivas a muy bajo riesgo. Recuerdo la tarde en que nos fuimos con papá a estrenar parte del trazado. Jamás olvidaré esta frase: "¡Vamos, esta curva es para más de 100!" Y así me fue desafiando hasta que ya no me animé a más. Un genio, el Viejo: siempre me marcó el límite inferior mientras me empujaba tras el desarrollo de habilidades que lo dejaran a él más tranquilo, confiado en que podría seguir marcando el rumbo.

Eran otros tiempos, poquísimo tránsito, muy pocos controles y la vida de una ciudad pequeña donde todos nos conocíamos. Año tras año fui ganando el derecho de volver a correr los límites. A mis 15 logré el permiso para ir con el Citroën a una fiesta, a tomar un helado con alguna novia o de vez en cuando ir a colegio, sobre todo a las clases de Educación Física. Al Corcel llegué a conocerlo muy bien. Mi propio padre llegó a reconocer que yo colaboraba mucho en el cuidado del auto y que, gracias a mis tardes de sábado de lavado y encerado, lucía "impecable". Pasaron los años y, ya con licencia de conducir, tomé posesión definitiva del 3CV hasta que conseguí pegar el salto a un Peugeot 504, para seguir acumulando historias y anécdotas. Es por eso por lo que aún hoy sonrío cuando alguna maniobra me sale bien o simplemente cuando la rutina me atrapa haciendo un poco de ruta (leer nota).

Ahora les toca a ustedes, queridos lectores. Conociéndolos, sobrarán increíbles relatos y confesiones. Ojo que las faltas de tránsito prescriben recién a los cinco años: la autodelación no es aconsejable. Me encantará leerles escribiendo historias de otros tiempos, de otras ciudades y con diversidad de máquinas. Valen las experiencias en simuladores, karts, tractores y areneros. Cada uno habrá acumulado recuerdos y emociones asociadas a aquellos primeros pasos frente a un volante. ¡Este relato no tendrá sentido sin los maravillosos comentarios de siempre, así que adelante!

N.N.

NICO-NIKOLA-GUSTOS

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