Sólo para poner el tema contexto (y además abrir el debate, porque esta vez lo voy a provocar), voy a comenzar con una anécdota personal, la cuál espero pueda ser útil a propósito de las líneas que seguirán a continuación.

A fines de los '90, me di el gusto de comprar y dar uso diario de un Saab 900 SE Turbo. Una coupé roja con un equipamiento sobresaliente en su tiempo, que entre sus accesorios contaba con asientos de cuero calefaccionados de accionamiento eléctrico (con cuatro memorias), climatizador automático, techo tipo “sun roof”, computadora de abordo y una consola y tablero con múltiples botones y comandos.

Entre las curiosidades, contaba con una tecla que decía: "Black Pannel". Con ella se desactivaba la iluminación de todo el instrumental, con excepción del velocímetro (pero si acaso entraba en reserva, también se iluminaba el indicador de combustible). Era un “chiche” curioso y bastante apropiado para la conducción nocturna.

Cuando lo compré, apenas alcanzaba los 30 mil kilómetros y no fue fácil encontrar uno a la venta. Supe de aquella versión a través de un "test drive" de la revista Road Test donde el “Colorado" Figueras (leer despedida) elogiaba su robustez, su comportamiento dinámico, la aceleración y la rapidez del turbo. En cuanto a calidad percibida, lo definía como "premium".

Si bien era un auténtico tracción delantera, su peso bien balaceado y su tren delantero hacían que su andar en ruta resultara inigualable. Estaba realmente enamorado de mi auto. Gracias a él, dejé de ir en avión a Rosario o Mar del Plata. Solía encontrar cualquier excusa para salir a la ruta. Un shock de realidad me empujó sin piedad al taller de Motorsab. El hall de la calle Billinghurst fue testigo de mi desazón al recibir una primera factura. La bomba nafta y luego la casetera de encendido (a precios también premium) precipitaron mi decisión y lo vendí. Fue una venta prematura, no estaba listo. Ni me había cansado de él ni estaba suficientemente caminado: fue un gesto de racionalidad de esos que duelen. Lo extrañé por largo tiempo y lo idealicé por siempre.

Pasaron poco más de 20 años cuando un amigo, que tiene una concesionaria de usados, me llamó y me dijo: "Date una vuelta por el salón, te tengo una sorpresa". Juro que no tenía la menor idea de qué se trataba. Sin embargo, presentía que me estaría metiendo en problemas (y así fue).

Llegué a la agencia un sábado cerca del mediodía y antes de la dos estaba de regreso en mi casa con un Saab idéntico a aquél. Esta vez era Gris Plata y en un excepcional estado de conservación. ¿Qué pasó en estos más de veinte años, que afectó de tal manera mi experiencia y con ello mi expectativa? La respuesta es simple: "tiempo" (para el auto y para mí).

En aquellos años, había afianzado como aficionado y pequeño coleccionista de clásicos -"anche" algún “youngtimer”- mis "dailies" habían ido evolucionando a la par de la tecnología y los avances de equipamiento, seguridad y prestaciones. En mi cochera habitaban un par de rudimentarios sententosos, un sport de los tempranos '80 y un noventoso de pretensiones deportivas. Mi auto de uso diario era una Ford S-Max. Voluntariamente o no, había cambiado mi perspectiva. ¿Qué lugar vendría a ocupar aquél sueco en vías de extinción, sin ser un auto de culto ni un emblema para lucir en rallies o reuniones con amigos? Aún hoy no encuentro una respuesta. Por favor, no prejuzgar:: las próximas frases serán una exageración sin sustento técnico, refutables y flacas en contenido, necesarias para que pueda dar algún sentido a esta nota.

La decepción fue inmediata: el comando de caja me pareció gomoso, el turbo lento, el cuero de menor calidad, los mandos normales y su comportamiento un tanto subvirante. La unidad estaba perfecta. Sin embargo, en este mundo de “lo percibido”, mi experiencia pasada me jugó en contra. Él y yo nos dimos unas cuántas oportunidades y no logré que tenerlo en mi poder tuviera algún sentido. Es curioso, porque amé ese auto hasta tal punto de soñar con él por un par de décadas. Lo vendí, pero no me sentí aliviado, más bien perturbado por tal decisión.

En las dos décadas que pasaron entre uno y otro -y haciendo un resumen- en el mundo del automóvil hubo cambios extraordinarios: el ABS y el control de estabilidad se convirtieron en un estándar, el número de airbags se multiplicó, las cajas se volvieron mas sofisticadas y la acción de los turbos más rápidos redujeron el molesto lag. Eso sin ahondar en la vida abordo, donde la ergonomía y la tecnología de componentes han dado un salto cualitativo inimaginable tiempo atrás. Mi error fue esperar de este auto -que actualmente se encuentra en este difuso limbo, entre youngtimer y clásico-, me hubiera causado la misma emoción que cuando fue nuevo o siquiera me hubiera brindado las sensaciones de un clásico donde parte del encanto es haberle perdido el hilo de la evolución tecnológica. Lo estuve “evaluando” erróneamente.

Siempre sostengo: "Un auto son las experiencias que transmite". Y esto es algo muy personal. Sin embargo, hay denominadores comunes o generalidades que tendrán mucho que ver con lo generacional. Mi generación no hablaba de "hatchback". Para referirse a un mismo tipo de auto hablábamos de "dos volúmenes" (o "dos volúmenes y medio", para mencionar al Ford Sierra). Tampoco existían los segmentos A, B, C, D o E: eran "chicos", "medianos" o "grandes". Tampoco usábamos el término “plataforma”. Un coupé de cuatro puertas era un sinsentido, pese a que las conocíamos muy bien porque para los criterios actuales eso mismo era un Impala sin parante (nadie hablaba de ausencia de un Pilar B), simplemente era un sedán sin parante o hardtop. En fin, la lista es interminable.

Como soy padre de veinteañeros, tal vez les pase a muchos de ustedes: nos produce entusiasmo y admiración cuando un joven muestra interés y afición por los autos. Y mucho más si se animan a comunicarlo a través de plataformas como You Tube. Hay dos en especial a los que sigo, miro sus canales con gusto y con uno de ellos (Lucas) he entablado una amistad pese a los años que edad que nos separan. Lucas Abriata y Ramiro Diz tienen su propuesta, cada uno con su estilo. Generalmente prueban autos “nuevos”, con menos de 10 años de antigüedad, de amigos, suscriptores (Lucas probó mi 132, ver video abajo) o provistos por concesionarias, con quienes establecen un vínculo simbiótico.

No me importa cuán sofisticados o profundas sean las pruebas, si quiero a un profesionales sigo a Motor1 o a Matías Antico. Para mí, lo que vale son las ganas, la originalidad y frescura de los comentarios, lo espontáneo y lo autentico de sus conclusiones. Ambos han ido mejorando tanto en sus producciones como en sus ideas y conclusiones, sin embargo y con ánimo de “sumar”, me voy a animar a una crítica constructiva, una sugerencia. Recientemente Ramiro tuvo la excelente idea de probar el Fiat 147 Sorpasso, además una muy linda unidad. No quisiera enfatizar algunas imprecisiones técnicas o de tiempo (son menores y perdonables), mi punto es el lugar desde donde se vive la experiencia y la narración. Es justo destacar que nos advierte que mis congéneres (algunos de ustedes y yo), no somos su audiencia target.

 Él nos presenta la unidad como un Hot Hatch, jamás había pensado en ese auto chico aspiracional y potenciado por IAVA como tal. Tampoco estoy de acuerdo en criticar la ergonomía de un clásico que fue concebido en tiempos de otras limitaciones de producción, materiales disponibles y dispositivos electromecánicos. Ídem para la referencia a las butacas, ítem que siempre critiqué, ya que conserva las misma tipo tweed de la versión TR5 en la que se basa, carente que toda deportividad. De allí a decir que son como "los sillones de la abuela", es mucho. Así son ellos, los clásicos: te sentás y te acomodás como podés, nada que comentar más allá de alguna curiosidad o detalle y siempre en contexto. ¿Cómo juzgaríamos hoy la posición de manejo de un Renault 6? Imposible, más allá de una romántica y nostálgica descripción. ¿Y su equipamiento?.

Ramiro usa algunos adjetivos que no comparto, como llamarlo “gracioso”, cuando sin duda y para entonces fue “cosa seria”. “Cacharros viejos” es otro término que no comparto, aunque se haya dicho de manera “cariñosa” y la palabra “cool” por supuesto con connotación positiva es por lo menos de alcance limitado para referirse a este "objeto de culto". La lista de eufemismos erróneos, a mi criterio, es larga como comunicar la sensibilidad de su acelerador haciendo referencia a "un interruptor". La frase “cosa de autos de los ochenta” es pobre y exagerada al generalizar la propia experiencia de uso cuando no sólo que el 147, basado en el 127 ya contaba con más de 10 años de diseño para 1982, sino que también coetáneos como el Mercedes 190 o el mismo Porsche 944 fueron ejemplares deliciosos de conducir.

Un clásico no se prueba: se describe y se transmiten sensaciones. No se realizan comparaciones ni se toman mediciones: no tiene sentido. Nunca se evalúa. Un auto de más 30 años, superviviente, se ha ganado el derecho a ser tratado en su propio leguaje, el de su tiempo. A un Fiat 147 no se le llama Hatch, jamás lo fue.

¡Ahora sí y me hago cargo! Nunca debí comprar el segundo Saab. O tal vez nunca debí venderlo. Nunca estuve preparado para una u otra cosa. Si me hubiera despojado de mi experiencia anterior, hubiese podido valorar de otra manera aquellas nuevas. A su vez, si me hubiera dado cuenta de aquello a tiempo, en tal caso hoy aún estaría en mi garage: hubiera tenido una segunda oportunidad. Las emociones gastan y muchas se evaporaron a fines de los '90. Fue tiempo de renovarlas y no pude.

Bienvenidas las nuevas generaciones interesadas en autos que loss precedieron, gracias por mantener vivo el legado. ¡Felicitaciones a los Lucas y Ramiros por animarse a tanto! Un pedido: un clásico requiere, antes de grabar, un estudio y una reflexión sobre sus propios códigos. Ni Hatch, ni Segmento B, ni mucho menos “cool” para referirse a un Fiat 147: imposible vivir el relato en esos términos.

N.N.


VIDEO: Lucas Abriata - Fiat 132


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