Parece un siglo (sino más) el tiempo que hace que no me pruebo el traje de “Nico Nikola” para sentarme frente al teclado. Aquí estoy, con algo de culpa y otro tanto de pudor, esbozando algunas de las ideas que han venido germinando y que hacen al contexto que por estos días me toca vivir. Ideas que son parte de algunos, tal vez muchos, cambios (por cierto, inesperados) que han provocado un vuelco en mi estilo de vida, que me están dando la inigualable oportunidad de observar el mundo de la movilidad desde un nuevo ángulo, siempre en sintonía con el humano observador, privilegiando al objeto cultural: el automóvil como un panóptico rodante desde las cosas lucen diferentes, mitad fantasía, mitad realidad (ver todas las notas).

En este período de ausencia he vivido un “sprint” que no hecho más que apurar algunas decisiones, las que incluyen una renovación planificada y oportuna de mi pequeña colección de clásicos, de la cual hablaremos en otra ocasión. Lo más trascendental y fundacional fue un cambio de trabajo. Luego de muchos años en la industria automotriz, un viraje repentino e irresistible me llevó a aceptar una propuesta laboral en una empresa del rubro del semirremolque, acoplados y tráilers, que no sólo me ofrece la inigualable oportunidad de descubrir un nuevo mundo dentro de la industria del transporte, sino que también me llevó a mudarme de lunes a viernes a la provincia de Santa Fe.

Que este relato sea un homenaje por partida doble a la “Pampa Gringa” y al espíritu rutero que hay en muchos de nosotros. Cada lunes salgo temprano y conduzco 320 kilómetros hasta Villa Cañás, desandando cada viernes el mismo camino, lo que provoca en mí un goce muy especial. He redescubierto el inmenso placer de rutear y rutear. Como si fuera poco, muchos clientes y concesionarios me llevan a abordar diversas rutas del Sur de Córdoba, Buenos Aires y gran parte de Santa Fe, en entretenidos derroteros no siempre por caminos que son un “billar”, que he aprendido a recorrer disfrutando de esta maravillosa experiencia de la conducción haciendo un buen numero de kilómetros, mientras descubro parajes y poblados desconocidos hasta hoy.

Párrafo a parte para los pueblos y ciudades de campo, calles anchas, casa lindas y grandes, con sus frentes cuidados y a la vista de todos sin necesidad de estar encerradas en barrios privados o countries. Plazas que son orgullo y motivo de encuentro sin distinción de nivel socioeconómico, al igual que sus colegios públicos y cuidados por la misma comunidad, donde todos los niños no distinguen ni orígenes ni fondos, igualados por la misma tierra que es además su futuro.

Mi nuevo auto de compañía es un Volkswagen Vento 2.5 (leer crítica). Suelo escuchar AM hasta que la falta de recepción se vuelve insoportable y entonces escojo alguna playlist en Spotify. El auto va muy bien, bien plantado, con suficiente potencia para un sobrepaso seguro y un pedal de freno firme y suficiente. Desde hace nada, me entretengo identificando la marca de los acoplados, especialmente carretones y bateas. Los tramos de autovía son bienvenidos, así como también el viboreo de curvas y contracurvas de ruta de doble vía, siempre atento a la doble línea amarilla y la localización de radares. Mil distintos tonos de verde, ríos y arroyos de llanura con sus meandros y puentes -casi siempre imperceptibles- acompañan el recorrido acerca de los cuales no puedo dejar de observar y reflexionar. Mas allá del cerco, una inmensidad y la vista que se pierde en el horizonte, sólo interrumpido por algún molino, casco o puesto rodeado de árboles y tanques australianos. Las dos manos en el volante, como indica la norma. Una posición de manejo bien lograda y la determinación de parar por un café cuando me de la gana, siempre que la necesidad de repostaje no se interponga antes que la decisión y el deseo.

El campo argentino es algo fantástico y además derrama y derrama: generando todo tipo de negocios y posibilidades de ingresos. Traslado, reparación y venta de maquinaria agrícola, repuestos y servicios asociados. No hace falta más que mirar al costado de la ruta semejante de derroche de tecnología en tamaño elefante, nuevas y relucientes o viejas y cansadas cosechadoras, sembradoras o tractores ornamentan el paisaje en perfecta armonía con el entorno. Se trabaja duro, con sus chatas y camiones atravesado caminos vecinales, servidumbres de paso o mejorados de tosca y piedra: el gringo no descansa. Que más da: el sol naciente o poniente no hace más que exacerbar contrastes, el amarillo derrota al verde en fragmentos de tiempo que no por breves serán menos pintorescos e impactantes.

El Vento agradece cada kilómetro mientras algunos de sus hermanos maldicen aquél trato suburbano que colecciona congestiones, lomos de burro, pozos y cunetas. Este recorrido es inocuo para la máquina y la comunión: auto, camino y pasajeros te regala un momento casi religioso. Tomo una larga recta coronada por eucaliptus y levanto un poco: no me gusta cuando no veo vías de escape y no pienso arriesgar nada.

Algunos tramos, sobre todo en rutas provinciales, están muy mal y requieren atención: han sido granallados hace tiempo bajo promesa de una nueva capa de asfalto que nunca llegó, gracias a los sucesivos y múltiples recortes en la obra pública. El campo derrama y no siempre lo salpica o bendice con algo de aquello que es necesario y merecido. Desventuras del gaucho, genialidades de la política.

Hacía mucho tiempo que no conducía tanto y -según mis cálculos- serán unos cuántos miles al mes que son parte de esta nueva vida que he elegido. Al final del camino, el descanso. Una cena, un buen tinto y alguna serie antes de dormir. Por la mañana, mi nueva oficina con vista a un campo de trigo, que limita con la laguna (una entre tantas de las que resiste a esta tremenda sequía).

Rutear y rutear y así pasan las horas que vuelan como pasan postes y carteles, tranqueras y tinglados. Todo se parece, todo tiene una misma fisonomía. Sin embargo, no es justo hablar de monotonía. Las nuevas autopistas han dejado de lado encantadores parajes y poblados. Es por eso por lo que -cuando tengo tiempo y ganas- escojo aquellos viejos trasados. Curva y contracurva, viejas estaciones y algún restaurante de campo. Imperdibles.

Aquí los llevo conmigo, en este transitar rutero que espero contagie las ganas se salir y andar. La Pampa Gringa, única en el mundo: muestra de riqueza, esfuerzo y resistencia. Aquella que renueva mi entusiasmo por este país, porque está claro que sí, se puede.

Los convoco a que tomen sus automóviles -solos o acompañados- y sin mucho plan se avoquen al capricho de conducir. Les prometo una renovación total y definitiva. La máquina, agradecida.

N.N.

La columna de Nico Nikola: “Por qué Argentina nunca volverá a fabricar un Torino”

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