Recién llegado de viaje e iniciando un período de reflexión que llevará algún tiempo, me encuentro con la titánica tarea de ordenar mis pensamientos. No fueron sólo vacaciones, también visité familia y exploré algunas oportunidades de negocio. Como es inevitable, el tema de los autos y la movilidad en general, siempre ocupa un lugar protagónico en mis periplos por el extranjero, producto de mi obsesión e imparable estado de análisis.

Por razones diversas, he tenido la fortuna o no, de viajar mucho. El regreso siempre es impactante, desde el mismo momento en que la puerta del avión se abre y la manga se ofrece tal cual un canal de parto que nos arroja en aquella realidad que realmente nos corresponde y la cual supimos conseguir.

De nada sirve el pataleo: “La Ricchieri” y luego "La General Paz" sentencian lo que hemos querido evitar sin ninguna chance de autoengaño. En cada oportunidad, la sensación es la misma y salvo muy pocas excepciones, se agiganta en cada nueva experiencia. Europa está cada vez más lejos. Nada tiene que ver con que el 787 Dreamliner nos haya regalado una hora de ventaja, en comparación con los históricos 747. La brecha es cada vez mayor y no estamos más cerca (más bien lo opuesto).

¿Que nos separan realmente del Viejo Mundo, cuyas diferencias se vuelven insalvables en cuanto a movilidad se refiere?

Voy a intentar graficar esa sensación en palabras, con los códigos que ya conocemos. Daré un orden de prioridad, basado en aquellas variables que en el Viejo Mundo vigorizan el cambio y que para nosotros no son más que la confirmación de estar girando en una espiral descendente.

Comienzo con la experiencia en primera persona. 

Un familiar me pide que lo acompañe a ver un auto. Un vecino está necesitando hacer lugar en su cochera y tendrá que vender uno de sus autos. Me notifica que se trata de una Citroën Grand C4 Picasso HDi (2010), con tres filas de asientos y unos 125 mil kilómetros recorridos. Su precio es de 2.500 euros. Estoy perfectamente informado acerca de los precios en Europa (ver nota) y suelo entrar en algunos sitios como Wallapop (sólo por puro masoquismo), así que no me sorprendió el precio. Sí, el estado. Es un vehículo muy bien usado, con sólo unos pequeños daños de estacionamiento, neumáticos a medio uso e ITV vigente. Excelente interior y buena marcha. En Argentina, el mismo vehículo no baja de 10 mil dólares en igual estado (cuando nuestros salarios son un tercio de los españoles). Una cajera del Mercadona de Madrid gana 1.200 euros y un operario en una fábrica de muebles en Extremadura supera esa cifra en algunos euros, logrando con ello conducir cada día un Seat Arona (2021) por menos de 300 pavos al mes.

El mundo del revés: a menor poder de compra, precios más altos e inalcanzables.

Justamente, esa es la razón: la facilidad de obtener un crédito para comprar un auto no solo contribuye a que se vendan más, autos nuevos y que el parque automotor se renueve más rápido, sino que contribuye en la oferta de usados a precios accesibles. En nuestro país, este asunto no es parte de la agenda del Gobierno, cuyo gasto descontrolado no hace más que secar las arcas de los bancos detrás de maniobras de esterilización (que de todos modos no evitan el exceso de pesos y una inflación descontrolada, que mina salarios e imposibilita el cálculo de la tasa de interés para fines más nobles como la renovación del parque automotor o una vivienda).

Es un horror y una falta de interés de la clase gobernante en mejorar nuestro bienestar y progreso socio-tecnológico. Nada que agregar en este punto, aunque esta misma condición produce otros efectos visibles. Aquí cito algunos auto que acá no llegaron: dos generaciones de Opel Astra y tres de Opel Corsa – la última sobre la base del 208-, tres de Renault Clio, una y media de Renault Megane, tres de Renault Scenic, una de Ford Focus y una de Ford Fiesta. Nos estamos perdiendo de las varias opciones de Seat como los nuevos Toledo o la recientemente lanzada Cupra Formentor. También nos perdimos miles de versiones de utilitarios, lo que incluye una brecha de tres generaciones que hay para las Peugeot Partner y Citroën Berlingo o las diversas versiones de las Ford Transit y Courier.

No hablemos de alta gama ni de otras versiones de japoneses y coreanos -ya desaparecidos de nuestras pampas- como Mazda y Daihatsu. La brecha se profundiza y el atraso se exhibe en los distintos paisajes urbanos de nuestro querido país. La oferta de autos en Argentina se angosta al unísono, con la escasez de divisas y nuestra incapacidad para hacer crecer el valor de nuestras exportaciones. Precios desorbitantes que arrastran cargas impositivas inexplicables. Un mercado protegido, que de todos modos no genera ningún beneficio en términos de oferta a precios acorde a nuestros ingresos.

Un capítulo a parte es el proceso de electrificación del parque al ritmo en que Tesla gana market share en taxis y cabifies, peleando este segmento con el Hyundai Ioniq y los ya consagrados Toyota Prius. Nadie considera seriamente la compra de un auto nuevo sino es un hibrido enchufable y en la misma Badajoz no hay otros buses que no sean BYD completamente eléctricos. Bicicletas y monopatines eléctricos le están ganando la batalla al “Car Sharing” y los ayuntamientos no hacen más que promover esta nueva-sana costumbre.

Parte de mi viaje lo hice en un Fiat 500 Híbrido, con el cual fui a ver el Grand Prix de Cataluña y cuyo rendimiento mixto (pero con una alta carga de manejo en tránsito severo) alcanzó los 17.3 kilómetros por litro. Me pareció una genialidad sobre todo a dos euros el litro. Europa vuela, libra sus batallas, no la tiene tan fácil. La falta de hidrocarburos y la escasez de granos -ambos agravados por la guerra y una mediocre clase dirigente- no impiden que una sociedad educada y socio-consciente avance y puje por una mejor calidad de vida y una movilidad sustentable.

El cachetazo que siempre le toca dar a “La Ricchieri” todavía duele. Mi querido Pilar, sin un kilómetro de bicisenda y cuya Panamericana colapsa cada tarde forzada a cumplir el rol de avenida (para lo cual no fue concebida), no me ha dejado aún salir de este estado shock con el que me animo a escribirles.

Si bien mi mensaje está repleto de obviedades, no quiero por ello dejar de construir con mi opinión a la tarea fundamental de no perder jamás este estado de conciencia que debería motorizar nuestras ganas de vivir mejor. Estoy seguro de que no sólo se puede: hay una vida mejor que en términos relativos y la supimos conocer.

N.N.

La columna de Nico Nikola: “Por qué Brasil ha perdido parte de su encanto”

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