Una de las actividades que me fascina y que podría realizar sin descanso por siempre es la búsqueda de un auto clásico. Un auto de más de 30 años. Cualquier caso aplica. No sólo ir a verlos e inspeccionarlos, sino también la tarea exploratoria y de preselección. El dato, la publicación y las primeras fotos despiertan en mí una irresistible curiosidad que no cesa hasta practicar la visita o el descarte luego de haber investigado un poco y cruzado algo de información. Es una manía que tengo desde chico, cuando dos líneas en el Rubro 54 o 54i de Clarín despertaban en mi todo tipo de fantasías. Uno se volvía un experto en detectar “batatas” con sólo algunas preguntas a tiempo después de “discar” el número del aviso.

Luego vinieron las publicaciones de Autofoco y más tarde los avisos en sitios web. Hoy, las aplicaciones bajadas al celular facilitan mucho la tarea y ojo: se vuelve una adicción imparable.

Los sitios han democratizado las búsquedas y aportado “transparencia de precios”. Esto ha sido desfavorable para el comprador y peligroso para el vendedor: la mayoría de los valores publicados son aspiracionales y no siempre son una referencia correcta. De todos modos, no es la idea de la columna opinar sobre el mercado desde la ecuación “oferta y demanda”, sobre todo porque ya todos sabemos que se tratará de “una unidad” y el precio es tan único como el objeto que nos ocupa (de precios y burbujas ya hablamos acá).

Los autos auténticos y conservados son mis favoritos, incluso exhibiendo el paso del tiempo. Los prefiero a los relucientes y recién restaurados. Claro que hay un equilibrio, un umbral que marca el límite entre lo auténtico, con chances de ser mantenido en su condición y aquellos que aún habiendo sido conservados no restaurados, no se salvarán de este último proceso.

Hay un programa en YouTube que representa la quintaescencia del trabajo del buscador de rarezas en estado de abandono: su nombre es “Barn Find Hunter”, que quiere decir algo así como “Cazador de Autos Encontrados en Graneros”. Se puede ver en el canal de Hagerty (marca especialista en seguros y cotizaciones de autos clásicos, que entre otros productos tiene el Hagerty Market Index, cuyo índice general muestra como ninguno cómo evoluciona la actividad, ver nota).

Voy a seguir con la difícil tarea de hablar de autos de colección o coleccionables sin referirme al mercado. Por eso, ¡salgamos rápido de acá!

Mi mención sobre el programa es simplemente para destacar la fascinante tarea que realiza Tom Cotter, quien se autodefine como “Arqueólogo de los Automóviles”. Más allá de las diferencias geográficas, los recursos y la fama, muchos de nosotros llevamos un Tom Cotter dentro.

¿Cuántos hemos desarrollado una extraordinaria visión lateral para detectar cacharros interesantes sobre alguna vereda del conurbano, con o sin tachito, sin siquiera la intención de hacerlo? Es algo automático: un reflejo inevitable. Volver sobre nuestros pasos, dar una vuelta a la manzana bajando la velocidad al mínimo y -si vale la pena- bajarse y husmear. Preguntamos a un vecino, anotamos un número de teléfono, la patente o tomamos “con carpa” algunas fotos. ¿Con que sentido? Ninguno. Mayormente no es algo que buscamos, ni es lo que nos gusta. Ni quisiera haremos uso de los datos obtenidos. Sin embargo, ese momento ha sido exquisito, un recreo necesario en medio de nuestra rutina. Si realmente es un hallazgo no dejaremos de pensar en ello por el resto del día o la semana, buscando rápido con quién compartir el dato o todo lo contrario: guardarlo celosamente en secreto hasta decidir qué hacer con él. ¡Vemos los que otros no!

Este ejemplo vale para el caso de “una colita” que se asoma en el fondo de un garage o aquellos semi abandonados en algunas cocheras de Buenos Aires, los cuales abundan. Usted y yo aborrecimos lo hecho en el Plan Canje, sobre todo por algunos desalmados que enviaron a desguace piezas enteras y recuperables que hoy tendrían un buen valor como clásico.

¡No soy necio! Fue una buena idea para renovar el parque y revigorizar la industria. Bien vendría algo así en estos momentos. De todos modos maldije por años al padre de un buen amigo que condujo hasta la misma entrada de Scrap Service a un Ford Mustang 2.3 Ghia del ’79, gris metalizado, al que había conducido desde cero kilómetros y que apenas tenía señales de uso en su carrocería y algún que otro desgarro en la butaca de conductor. Yo sé que él, tampoco se lo perdonó. Ejemplos de estos hay miles.

De vez en cuando -y sin ningún propósito más que despuntar en vicio- cuando el dato o simplemente la publicación se vuelven irresistibles, allá voy. Les confieso que mi tasa de éxito es de menos del 50%. La mitad o más de las veces ha sido una gran decepción. Tengo particular fascinación por los japones de los ’80, porque generalmente y a pesar de la falta de repuestos, han envejecido muy bien. Injustamente denostados en el ambiente del coleccionismo, un Bluebird 1.9 SSS o un Mazda 626 así como también un Mitsubishi Sapporo o una buena Toyota Celica suelen tener un especial atractivo por su nivel de detalles, diseño y calidad. Los años suelen tratarlos con complacencia si se les ha brindado la mínima atención. 

Recuerdo en una oportunidad cuando me encontraba de paso por Santa Rosa. De repente y sin ninguna intencionalidad, en una agencia de usados me topé con una Datsun 180 SX (Silvia) bordó, que a simple vista se veía muy entera. No pude resistirlo y paré. Un super buen auto, originalísimo, sin repintar y acusando apenas el paso del tiempo. El interior en un escocés gris me mató, con su pasacasete original, torpedo sin rajaduras y cada comando en su lugar. La pintura apenas gastada en los bordes, seguramente por el rozamiento de la funda, el parabrisas con una pequeña rajadura y la rueda de auxilio habiendo sido parte del juego original. Un incunable que me quitó el sueño por varias semanas hasta que, ayudado por la distancia, simplemente la olvidé.

De estas historias acumulo varias. Es así como me traje una Alfetta 2000 Berlina de Rosario y un Toyota Celica ST de Tandil, en ambos casos, sin realmente haberlos estado buscando. Hace tiempo y yendo por una ruta provincial, en medio del campo, entre una hilera de álamos y un caserío, no se me escapó un Chevy Malibú blanco en un estado de conservación increíble, cada pieza en su lugar y cada tornillo ajustado en Avenida San Martín y General Paz. No tengo idea de cómo llegó hasta allí y en ese estado. Si bien se encontraba a la venta, no había un alma alrededor, así que seguí mi camino.

He sido testigo de la extinción de algunas joyas que luego de haber sido cuidadas por sus dueños anteriores, pasaron a manos de salvajes impiadosos que acabaron con ellos sin ninguna culpa. ¿Por qué alguien buscaría y pagaría por la mejor unidad para luego destruirla y abandonarla con tan desaprensión para el auto y destrato para quien lo mantuvo hasta aquí? Pues sí: los hay.

Un amigo de mis hijos heredó de uno de sus abuelos un Passat LSE de los brasileros, sería de 1981, en un estado de conservación y orden de marcha sobresalientes. En menos de un año el auto llegó a un estado de abandono tal que ya no pudo seguir usándolo. Perdió molduras, punteras y recibió un golpe en un lateral que lo volvió irrecuperable. ¡Qué pena! Yo soy de los que escruta el candidato antes de vender el auto y aún así he prejuzgado y luego sufrido por ello: imperdonables decisiones que enviaron prematuramente al cadalso a nobles servidores.

Hay un punto de no retorno: sólo por amor, un buen auto volverá a la vida. Gastos que serán irrecuperables cuya única apuesta es a que, con el tiempo, el mercado de vuelta la ecuación. Muchas veces no es aconsejable hacer números y este es un punto para tener en cuenta a la hora de comprar un clásico. Aún siendo un Young Timer en relativas buenas condiciones de uso, mi sugerencia es no comprar “con lo justo”. Siempre conviene meter en el presupuesto entre un 20 o 30% más, destinados a aquellas sorpresas que generalmente no son tales, si hubiéramos visto bien y preguntado mejor. Tampoco vamos a dejar pasar algo que nos gusta por larga que sea la lista a la hora de planear una puesta en valor. Lo importante es una base sólida. Un gasto hecho a tiempo es una buena inversión en cuanto a adelantar gastos de mantenimiento que inevitablemente habrá que hacerle a futuro.

A un auto restaurado, sobre todo si dicho trabajo es reciente, habrá que sumar otras variables al asunto. Lo primero es sospechar acerca de la causa de la venta. Los motivos del repentino desencanto y sólo con inteligencia emocional y haciendo algunas preguntas incómodas, pero con estilo, podremos saber algo más. Sin duda han quedados puntos pendientes, tareas inconclusas, ¿cuáles? Para no ser engañado, lo mejor es mostrar que uno está encantado con el auto y que nada lo va a desalentar de la operación. Entonces es cuando el vendedor se siente confiado en abrir su corazón. ¡Nunca, pero nunca polemice ni se haga el “sabihondo”!

Fotos o registros del proceso, material que vale oro al igual que “la épica” -siempre hay una épica- son invaluables para poder madurar una decisión. Una restauración hecha hace tiempo de alguna manera tranquiliza, sobre todo si se le han hecho kilómetros. Incluso si evidencia algún desgaste, mejor.

¡Que lindo son los autos sin restaurar cuando han envejecido bien! Nunca por “a conciencia” que esté hecha una restauración, el auto volverá a ser original, auténtico. Cada pieza ensamblada en su tiempo por el fabricante que lo vio nacer. Siempre se puede mejorar, incluso corregir algunos defectos de origen, pero es que esos defectos de origen son una marca registrada que lo hace tan especial. No es sólo por cómo lucen, es también cómo la han llevado. Es decir: lo que desluce, luce. ¿Se entiende?

Muchas Dodge GTX, Fiat Coupés (1500, 1600 y 125) se ven hoy, luego de repasadas por completo, mucho mejor que cuando fueran retiradas de un concesionario. Sin embargo, si tenemos la suerte de encontrar una coupé en condiciones prístinas, entonces nos quitará la respiración. Incluso un parabrisas con algunas heridas de guerra es mejor que uno nuevo si para cambiarlo comprometemos el burlete y la moldura que han estado allí desde siempre. Un repaso de pintura no está mal, si realmente es necesario. Mi sugerencia será no desarmar, si fuese posible pintar “a puerta cerrada” y enmascarar todo lo que se pueda. Hoy hay recursos fantásticos para proteger partes y evitar overspray y el despiece. Lo sé muy bien, aunque no voy a revelar la fuente.

Sé que este tema es polémico y no siempre he visto las cosas como las veo hoy: es sólo un punto de vista, una mirada. La tarea de “Scouting” (buscar y explorar en el terreno) es apasionante, competitiva y de un aprendizaje permanente. No siempre las mejores piezas están publicadas. Muchísimas son datos que circulan en chats de clubes y “fanpages”. Lleva tiempo y muchas veces es frustrante, sobre todo en un mercado tan vapuleado como el argentino. Buscar siempre, ser pacientes, mostrarse ávido por el dato y ser generoso con lo que se sabe y se tiene. Con esta fórmula, se ingresa en un círculo virtuoso y divertido que nos tendrá entretenidos por largo rato.

Algo que siempre me sorprende en Estados Unidos, especialmente en pequeñas localidades del interior, es lo común que es ver autos que, acumulando años y millas, no han pasado jamás por un taller de chapa y pintura, porque literalmente no se chocan. Esto hace que envejezcan con destacada dignidad. Lo que los delata es una pintura gastada “pareja”: toda ella tiene la misma antigüedad en toda su superficie. En lo personal, considero que les da un encanto muy especial, además de ser muy fáciles de recuperar, incluso con una buena pulida. No sucede lo mismo en Europa, al menos que hablemos de modelos muy exclusivos y de pequeña serie. En Norteamérica, esta condición se observa tanto en un Corvette como en un Pontiac Grand Am o un Chrysler Newyorker. Se pueden ver pick ups con más de 40 años -y aún habiendo sido usadas como herramientas de trabajo durante su larga vida- no aparentan la edad que tienen. Al Sur del Río Grande, en Latinoamérica, esto no sucede: un auto en uso y abuso, cuando llega a manos menos pudientes, quedará librado a la suerte de quien, a su paso, le meta mano con los recursos que tenga y probablemente bajo la sombra de una parra o una higuera.

Los tiempos cambian, la evolución es genial y bien recibida. De paragolpes cromados a plásticos desnudos e integrados a imperceptibles y del mismo color que el body. En el camino quedaron las “franjas decorativas” y los techos vinílicos, los faros rectangulares de vidrio dejaron lugar a los de formas caprichosas de plástico. Ya no se ven tasas ni espejos “bandera”. Los autos han ganado en tamaño y habitabilidad. Todo se mueve indefectiblemente hacia adelante. Los años pasan, pero las mañas están intactas. No podría -ni aunque quisiera- dejar de buscar y buscar, acudir, observar y analizar para luego compartir aquellos hallazgos “car-queológicos” que se ofrecen jugosos, sabrosos e irresistibles. Ya sea publicados en una App, sobre una vereda con un tachito o que deambulen en formato “dato de chat en chat”, cuando no se ofrezcan también producidos para alguna red social. Allí estará la tentación imparable que se presenta como un deseo que se repite una y mil veces.

Es un reflejo, una necesidad, una extraordinaria manera de ver un objeto que transciende el mismo propósito para lo que fue concebido. Usted me entiende, usted sabe, no se sorprenda si el destino nos encuentra en un mismo camino, deambulado detrás de un próximo descubrimiento.

N.N.

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