Texto de Nico Nikola

Queridos lectores, está claro que hablamos de autos y sin embargo algunos de estos ejemplos se podrían proyectar a los objetos en general y nuestra relación con ellos. Aparatos que hablan y acarician fibras íntimas.

Detalles inexplicables; mecanismos, dispositivos o simplemente una imagen que nos conmueve, subyuga y transporta a experiencias grabadas en nuestra memoria con tinta indeleble.

Fracciones mínimas, un flashback que nos atrapa y nos completa, nos hace diferentes. Cada uno de nosotros, nuestra individualidad, toda nuestra personalidad esta modelada por aquél aparato cultural que conforma nuestra identidad. Aquellos a los cuales defendemos con hidalguía, porque perder esa batalla es como dejar de ser, de existir.

Cierro los ojos y me encuentro yendo a la Facultad en mi Citroën 3CV amarillo, uso unos lentes de sol tipo “Wayfere”, escucho la Rock&Pop en mi “estéreo” con un solo parlante y de sonido latoso, es un día soleado (posiblemente de primavera) y ya diviso el Pabellón 3 de Ciudad Universitaria.

Llevo el techo de lona abierto en su primer tercio, el sol invade el habitáculo, me acodo en la ventanilla bien sujeta con la traba superior y tomo el volante con una mano mientras observo el parabrisas plano, los ganchos sueltos tras los parasoles y esa enorme superficie que es mi ventana a la vida, esa vida de adolescente y esos sueños que entran y salen arremolinados y rebeldes, que pronto se transforman en fantasías.

El tiempo ha pasado y algunos sueños se han cumplido. Eso es irrelevante, porque lo que añoraré por siempre es esa lona plegada y ese sol universitario colándose, hamacándose al ritmo de mis “Dos Caballos”, al cual nunca solté del todo.

Años más tarde, un Peugeot 504 con palanca al volante irrumpió en mi vida casi por casualidad y sin pedir permiso a la vez que frustraba mi deseo de poseer un mando al piso y una consola forrada en cuerina y bandeja en pana. Al poco tiempo, esa leva firme y a mano me enamoró sin piedad y de repente la sentí como una prolongación de mi cuerpo, con la punta de los dedos iba buscando el cambio apropiado casi sin soltar el volante al doblar en alguna esquina de Hurlingham. Una segunda fácil y precisa a la vez que aceleraba con suavidad invadían una sensación de control y precisión inigualable. Este dispositivo me cautivó de tal manera que cuando finalmente llegó mi primer “palanca al piso” pasó algún tiempo hasta que dejase de sentir esa sensación de vacío en el brazo de dirección.

Un día, una coupé Ford Taunus GT de 1983 llegó a mi garage: verde oscuro, con el interior de pana color crudo y mil detalles en símil madera. Espejos externos gigantes del tipo bandera y un volante de cuatro rayos con el Óvalo insertado en el centro geométrico.

Mi primer dos puertas y una plancha que denotaba calidad y firmeza. Una posición de manejo relativamente baja, que me ofrecía una perspectiva mayúscula sobre ese torpedo imponente, con más pretensiones de lujo que deportividad. Sin embargo, lo que jamás olvidaré era mi obsesión por observar desde el interior esa caída Fastback y ese conjunto de puerta y ventanilla trasera que denotaban su condición de coupé, que bien podría llevarme a fantasear estar conduciendo un Ford Mustang o un Aston Martin DBS (¡por qué no!)

Sí, más allá del abismo que hubo entre ellos, finalmente yo conducía un vehículo que por aquellos años atraía miradas y despertaba suspiros: “Mi nombre es Nikola. Nico Nikola”. Y qué importa si después de todo ese era mi mundo y ahora tengo este recuerdo que compartirles.

Mi primer capricho se llamó Mercedes-Benz 280 CE (leer más). Una locura, un acto de irresponsabilidad que volvería a cometer una y mil veces. Recuerdo que cada vez que estacionaba ese auto volvía sobre mis pasos y me volteaba para verla, apenas podía creer ser su dueño. Me fascinaba esa luneta envolvente y esa caída del cuarto trasero que remataba con una cola perfecta como lo es la de cada una se las versiones del W123. Lo que nunca olvidaré de aquel coupé fueron dos detalles que ahora les ofrezco como quien confiesa algún pecado con la cobardía de quien reconoce que ya todo prescribió.

De esos dos detalles hay uno que me sonroja y es el haber aprendido para conducir concentrado en el tránsito sin perder jamás de vista la Estrella cromada sobre la parrilla estilo falso radiador, como una mira telescópica a través de la cual yo podía cambiar el mundo que me rodeaba sin siquiera salir de la Ruta 8. El otro detalle, el cual nunca, literalmente dejé ir son la ausencia de un Pilar B. Puertas sin parante y el estilo falso convertible que ha sido y será una obsesión de la ingeniería y del diseño de indiscutible estilo y remarcado “dandismo”.

Hay un detalle que descubrí tardíamente, cuando ya sumergido en el mundo de los clásicos me compré un Fiat 1500 con el que corrí el Gran Premio Argentino Histórico (GPA), ese adminículo maravilloso, simple y genial que es el ventilete. Analógico, desprovisto de cableados y comandos a distancia, este invento extraordinario permite ventilar, refrescar y desempañar el habitáculo con un siempre movimiento en pivote siempre a mano, irrompible y listo para resistir incontables ciclos de vida. Luego tuve dos Fiat 125 con idéntico mecanismo, hoy ninguno de mis clásicos cuenta con ese dispositivo, al punto tal que muchas veces creo que no tener un auto con ventilete es no poseer un verdadero clásico.

Finalmente me voy a detener más en la descripción de una experiencia de uso que de un objeto en particular. He tenido muchos autos con techo solar, corredizo, ya sea opaco o translúcidos: fijos o removibles, muchos de ellos de accionamiento eléctrico otros como lo fue en el Porsche 944, de “quita y pon”. Pocos me han dado ese curioso placer de hacer girar una manija manivela e ir descubriendo de apoco esa ventana al sol y esa sensación de no haber límite sobre tu cabeza, estirar el brazo y jugar con el viento aparente. Tengo ese recuerdo muy presente en dos de mis autos: un Ford Sierra XR4 que fue mi daily drive por muchos años y en una Toyota Celica ST en impecable estado y extremada calidad a bordo.

Estirar el brazo y tantear la manija, desacoplarla y comenzar a girarla, es y será una experiencia sensacional. Un juego, una sincrónica de movimientos naturales e intuitivos, tan a mano y tan genialmente pensados. Ahorrándose el motor eléctrico y futuros y certeros desperfectos. No sobran los ejemplos, muy difíciles de encontrar, se me ocurre alguna generación de BMW, como los E12 y E21 porque a ese ritual se lo llevó puesto la nueva tecnología hija de la desidia y desatención de las presentes generaciones de usuarios (leer más).

Microchips, captores y semiconductores que además escasean no sólo han aniquilado a estos ingeniosos aparatos, sino que nos han anulado y ahora acumular experiencias donde en la relación hombre máquina, hay más hombre que máquina ya son cosas del pasado: para nostálgicos y memoriosos.

Es un aporte escueto y limitado, que no pretende otra cosa que provocarlos, hacerlos pensar y conectarse con sus propios recuerdos. El portón trasero de un rural falcón, las ventanillas corredizas del Ami 8, la ventilación del 128, la limpia luneta del Sapporo o el capitoné del Chevy Malibú.

Usted elija. Yo lo acompaño.

N.N.

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